Nadie pone en duda que la motocicleta se ha convertido en un instrumento de transporte muy importante en nuestro país, no sólo porque es un vehículo que se puede adquirir a un costo razonable y con muchas facilidades de pago, sino también porque en medio de las distancias y de los trancones, su agilidad hace que pueda ser más eficiente que cualquier otro vehículo.
Aparte de eso, los nuevos sistemas de mercadeo en todos los niveles, acuden a contratar centenares de motorizados para que cumplan la función de transportar domicilios, hasta el punto de que la inmensa mayoría de los colombianos acude a ellos, hasta con varias frecuencias diarias, para obtener los productos de consumo que requieren.
El crecimiento desbordado de las motos -se venden 65.000 unidades mensuales- se ha convertido en un problema nacional de enormes impactos: actualmente existen 11,6 millones de motos registradas en las oficinas de tránsito del país y ellas están colocando el 50% de los muertos en accidentes viales, fuera de los 30.000 lesionados que reporta el Observatorio Nacional de Seguridad Vial.
Pero a todo eso debemos sumar las infracciones de tránsito, en donde es claro que la capacitación de los motociclistas para abordar la vía es mínima, hasta el punto de que manejar en las calles de Colombia es toda una proeza, pues las motos aparecen por todas partes a distintas velocidades, en donde la alta exposición a los accidentes es la constante.
Pero es posible observar que las empresas de domiciliarios no están comprometidas con la exigencia de requisitos mínimos para los conductores que contratan y tampoco existen programas de capacitación para lograr un instrumento adecuado en la idoneidad para la conducción.
Esta situación hace que las calles de las ciudades sean peligrosas, lo que las convierte en turbulentas y amenazantes; la tranquilidad ha desaparecido por completo y quien sale a hacer una diligencia o a dar un simple paseo, tiene que estar dispuesto a enfrentarse a los mayores peligros y a las más insospechadas consecuencias, en donde aparte de estas inseguridades, también está la de los vándalos que se han apoderado de sectores completos para hacer de las suyas y abusar del ciudadano en las formas más aberrantes que uno se pueda imaginar.
El desorden tiene que parar y eso se logra con una actividad muy bien diseñada, en donde exista el compromiso de muchos actores para poder poner las cosas en orden. La autoridad tiene que hacerse sentir y la colaboración ciudadana hay que organizarla para que pueda aportar su cuota en este fundamental problema. La calle en Colombia es altamente peligrosa y cada día está peor.