
La historia dice que el desarrollo de los pueblos está ligado íntimamente a los tributos que, de una u otra manera, los habitantes aportan a sus gobiernos. Este tipo de prácticas es milenaria y en muchas regiones se traduce en progreso y bienestar para el ser humano.
Los impuestos que pagamos hacen parte del modelo económico en el vivimos y no tiene que ver con la tendencia política del momento, porque sea cual sea el pensamiento siempre existen leyes que obligan a pagar dichas contribuciones; el asunto que hoy nos asiste es que se volvió costumbre solucionar posibles déficits del estado imponiendo al bolsillo del ciudadano nuevas cargas y obligaciones que están asfixiando el día a día de los hogares en Colombia. Cabe aclarar que esta práctica no es de este gobierno, antes, por el contrario, cada uno de ellos ha tenido su toque impositivo que lo ha caracterizado en detrimento de los ingresos del ciudadano.
Se viene otra discusión de una nueva reforma tributaria, la cual como todas las anteriores al afectado jamás se le pregunta qué piensa de ella, sólo se radica, se discute y, se aprueba si hay ambiente para ello o se tumba como dicen si no hay acuerdos para aprobarla; pero sea el resultado que salga, se volvió costumbre que la única manera de financiar al estado es imponiendo nuevos impuestos. Hoy día el colombiano que transita las calles de ciudades, pueblos y veradas cada que arranca el díada gracias a Dios por una nueva oportunidad y se encomienda a la divina providencia para derrotar dificultades y ganar el pan diario a su familia, muchos ni se enteran de lo que se tramita en contra de sus intereses y otros buscan la manera de ignorar esas medidas.
Hoy Colombia transita por calles llenas de incertidumbre, llenas de polarización, donde cada uno defiende sus ideas, otros que ni conocen las ideas y terminan defendiéndolas o atacándolas, dependiendo del caso. Mientras todo eso pasa lo real está en cada esquina del país donde los habitantes si o si deben salir a obtener los recursos para el vivir de sus familias.
Cada reforma tributaria como otras que se plantean tienen un propósito, en la que está en curso se dice que es para terminar de financiar programas sociales y eso no es criticable el querer afianzar programas sociales, pero cuál es el costo para inclusive a esas mismas familias que saldrían beneficiadas; se dice que se aplicarán impuestos a diferentes sectores que son columna vertebral en el desarrollo de las comunidades. Impuestos a combustibles, sólo mencionar ese implica un aumento de toda la operatividad del transporte en el país y en esa cadena alimenticia el consumidor final es el principal afectado. Sin entrar en detalles de otros sectores a grabar, visitar salas de cine y asistir a estadios de futbol tendrán un incremento significativo que el organizador del evento se lo cargará al consumidor de los espectáculos. Adicione a eso que en las salas de cine de Colombia día a día son menos los clientes ya que las ofertas de plataformas virtuales ofrecen iguales o inclusive mejores opciones de series y películas para escoger. Ah, y esas también entran en el gravamen a imponer, es decir, por punta y punta.
La nueva propuesta del gobierno se supone que busca mantener una estabilidad fiscal en las finanzas públicas, ojalá en nuestros hogares podamos hacer reformas tributarias para estabilizar la economía casera y hacer rendir los ingresos, la lógica nos dice que debemos disminuir gastos y consumo, pero la realidad es otra; tenemos cordones urbanos y rurales viviendo con menos de lo que proyectan obtener, siendo austeros para poder subsistir.
Por último, no podemos olvidar que Colombia es tan rico en todos los aspectos que ha tenido la capacidad de salir adelante inclusive en las noches más oscuras de su historia. Soy de los que piensa que los impuestos son necesarios para el desarrollo del estado y el beneficio de la gente, pero no puede ser el único salvavidas cada que el gobierno de turno se queda sin recursos o los direccione de manera errónea. La sensatez debe primar en todos los aspectos del estado, la generación de ingresos debe reflejarse en el bienestar de los hogares, debemos aplicar ese famoso y muy usado proverbio chino “enséñale a la gente a pescar, no los acostumbres a darles siempre el pescado”. Ayudar al desarrollo de capacidades y habilidades del ser humano tiene más efecto que las ayudas que llegan; ellas cumplen una función, pero al final no permiten que algún sector de la sociedad muestre sus dones para emprender y salir adelante, quizás porque los acostumbramos a la paternidad estatal. Los programas sociales deben ir acompañados de verdaderas apuestas para el desarrollo comunitario, desde los hogares se puede dinamizar la economía, pero imponer más tributos donde los ingresos del hogar disminuyen es contribuir al colapso familiar.
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