Hay que reconocer ciertos actos de Gobierno, así sean frustrantes, incompletos y burlescos. Pero los cucuteños si algo debemos reconocer en Uribe y Santos, es que ambos han sido extraordinariamente generosos en recetarnos Emergencias Económicas y Sociales. Tres Uribe y tres Santos. Han hecho del capítulo sexto de la Constitución Política y de los artículos que van del 212 al 215 toda un ejercicio de quimioterapia contra nuestros males terminales. La última, el 6 de septiembre de 2015 con Consejo de Ministros y todo. Coincidencialmente puede ser el 6 de septiembre de 2017 la próxima. ¿Por qué no?
Las seis anteriores, si uno las analiza, se decretaron por situaciones menos graves, a la que ahora nos agobia, que es como la peste negra que devastó a Europa en el siglo XIV y acabó con la tercera parte de su población, por culpa de unos roedores. O que es como la otra peste, la que describió Albert Camus, en 1947, en la obra que lleva el mismo nombre y que situó en la Ciudad de Orán tras la colonización francesa y que es símbolo de la filosofía existencial, cuando todo se nos vuelve absurdo como lo que pasa en Cúcuta.
Nos fuimos poco a poco quedando sin valores, sin Dios ni ley, la vida como que ya no tiene sentido, nos agobia la resignación y la libertad se nos vuelve solo un enervante. ¿Qué hacer?
Lo grave es que si nos recetan la séptima emergencia, a pesar de las frustraciones de las otras seis, no nos hemos preparado para recibirla. Y no debería ser así, ¿cómo es que no aprendemos después de seis veces?
Los centros de pensamiento de la ciudad, si es que los hay, no funcionan o son grupos egoístas que se quedan con las ínfulas de la sabiduría y no las comparten. Las academias juegan a su negación y hasta la asistencia espiritual hace crisis.
Todos los siete decretos de emergencia que nos han regalado contienen las mismas consideraciones y los mismos artículos y todos repiten: “Mediante tal declaración, que deberá ser motivada, podrá el presidente, con la firma de todos los ministros, dictar decretos con fuerza de ley, destinados exclusivamente a conjurar la crisis y a impedir la extensión de sus efectos”. Seis veces y no han conjurado nada.
Absurdo que esta repetición, siete veces, no haya encontrado la forma de conjurar la crisis e impedir la extensión de sus efectos, ¿no les parece? ¿En que habrán pensado Uribe y Santos, cuando nos formularon esta “quimio”?
Pero el todo constitucional que es un dechado de congruencia, afirma en la misma norma, que esos decretos pueden establecer nuevos tributos o modificar los existentes. Hubo lecciones que pagamos todos los colombianos para bien del restablecimiento del Quindío, de Caldas, de Risaralda y reconstruimos el Eje Cafetero. Hubo lecciones tributarias que pagamos todos los colombianos para restablecer la economía caucana y del Huila que se volvió Ley Páez.
Ah, porque esa la otra. La misma norma constitucional de la emergencia dice que el Congreso de la República examinará los decretos y los podrá derogar, modificar, adicionar y así contando con congresistas podríamos haber obtenido una Ley Cúcuta, parecida a la Ley Páez.