Se ha vuelto costumbre que durante las campañas electorales, los ciudadanos inconformes hagamos siempre las mismas afirmaciones: “todos los políticos son iguales, se montan al poder y luego no saludan a nadie ni cumplen sus promesas”, o, “eso lo dice ahora porque es candidato, después de que gane se vuelve igual de ladrón a los demás, es inevitable”.
No obstante, nunca nos hemos preguntado porque este comportamiento es el mismo en todos los candidatos sin importar su origen socioeconómico o ideológico. Y es allí, donde radica el problema, en que no entendemos la forma en que funciona el círculo vicioso en el que está sumergido el “negocio” de la política.
Es necesario observar la coyuntura de casi todas las campañas que se están realizando para las próximas elecciones locales para darse cuenta de que es imposible que los concejales, diputados, alcaldes o gobernadores que ganen no lleguen a robar.
Por ejemplo, si en cifras no oficiales, pero que todo el mundo sabe, un candidato a la alcaldía de Cúcuta debe gastar para ganar alrededor de 5 mil o 10 mil millones de pesos entre compraventa de votos, publicidad, eventos, logística, entre otros… ¿Cómo esperamos que su sueldo de 10 millones de pesos alcance para recuperar esta inversión? Es obvio que resulta matemáticamente imposible, y con el resto de cargos de elección popular ocurre lo mismo.
Por otra parte, lo más preocupante no es que hayan candidatos dispuestos a ganar elecciones comprando votos, lo más grave es la gran cantidad de cucuteños disponibles a vender gustosamente su voto.
Dejémonos de pendejadas, en nuestra ciudad la mayoría de electores acceden a entregar su voto por mercados, favores o dinero en efectivo por una decisión voluntaria.
A ninguno de ellos los están obligando a vender el voto, por lo tanto, el tan añorado voto de opinión a favor de los intereses colectivos de la ciudad es prácticamente una utopía y no alcanzan a ser ni 10.000 votos.
Entonces, de nada sirve que nos rasguemos las vestiduras despreciando a la clase política de nuestra región, pues ella es un reflejo del cucuteño promedio y nuestra democracia. En pocas palabras, nosotros tenemos los dirigentes que merecemos.
Desafortunadamente, somos una ciudad muy pobre. Mientras en ciudades como Bogotá o Medellín hay una amplia clase media educada que vota a conciencia, en Cúcuta tenemos una mayoría de la población pobre y vulnerable que no tiene educación de calidad. Entonces, ¿si los cucuteños votan voluntariamente por un beneficio individual cortoplacista, como esperamos un cambio en las elecciones? A largo plazo no hay otro remedio que esperar a que las futuras generaciones sean más educadas y sean menos facilistas. Para nuestro pesar,