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La media sombra del amor propio…
Ológrafo
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Lunes, 29 de Septiembre de 2025

Un ideal es una promesa invisible, una vocación que quiere verse realizada, una luz que no se detiene en su camino al horizonte, que ronda lo imposible para hacerlo más sensible y cosecharlo -como un sueño- en la memoria.

Brota de la magia misma de vivir y vierte una elegancia natural en el alma, donde repica en tonos de libertad y enciende una luz de serenidad para ir -siempre fiel- tras la resonancia de la verdad personal.

Y, por creerlo tan lejano, se nos pasa la vida añorándolo, pero está ahí, presente en el silencio, en la paciencia de la araña que teje su tela y no deja percibir su movimiento, o en el viento, que anhela ser respirado.  

Y renace en cada aurora azul de un embrión de la sabiduría, se aferra a una ilusión, se posa en una alta torre de la imaginación y sólo espera una señal para alojarse en los rincones menos transitados de la consciencia.

Es como si un amanecer quisiera bajarse de la montaña, o si una palabra se estampara en el pensamiento buscando ser testimonio, o al menos intentar serlo, de los fundamentos sentimentales de la perfección.

Luego, se va volando con alas de mariposa juguetona, hacia un faro vigilante en medio del mar, atraído por la hazaña oceánica de navegar en una barcarola, con las velas hinchadas, tan anchas como la fantasía.

Y hay que renovarlo en cada edad, dejarlo columpiarse en la razón, con su ansia de aventura, porque un ideal es la media sombra del amor propio y, la otra, es la esperanza. (Los míos son tan románticos que no han querido florecer de su capullo…pero ahí están).


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