El arte convida al pensamiento a evocar recuerdos con alas azules, como un cristal con el sol adentro (crisol), como si uno pasara, con una vela encendida, de la claridad a la oscuridad, donde la luz brilla con más esplendor.
Es la expresión pura de la belleza, con espacios y tiempos espirituales, para ver un horizonte invisible, hallar el prodigio de la fantasía y dialogar con los sentimientos en el lenguaje sutil, y sencillo, del corazón.
Así, surgen la música, con su melodía sobrenatural, la pintura, con esbozos de un paisaje bonito, la literatura, con flores que brotan como palabras, el ballet, con la gracia de la simetría corporal y toda la inspiración, con su esencia de libertad.
El encanto del arte compensa esa necesidad humana de hallar una aurora primaveral, bajarla de la montaña, de la mano del viento, y oir el eco acariciante de su versión romántica de la eternidad.
¡Qué magnificencia! Sólo a través de él podemos sentir un lienzo, una canción, una tragedia, un poema, una escultura o una obra de teatro, entender la marea que regresa conmovida, o admirar las olas exhibiendo su poder en el mar
Es semejante a un caracol que asoma su lentitud para avanzar pausado, y ordenado, para fluir hilando su baba en escalas sonoras o visuales, o a un pájaro trinando sueños, de rama en rama, luciendo galante su gorjeo.
El arte es la semilla de una esperanza peregrina que recorre la huella circular del arco iris, seduce la sensibilidad e intuye, en el silencio profundo del universo, una ausencia maravillosa que nos espera…
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