El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, hace 75 años, constituyó uno de los hechos más trágicos y dolorosos de la historia política colombiana, que le significó al país sangre, destrucción y miseria.
Gaitán logró sobresalir en medio de las precariedades de su familia, gracias a su inteligencia superior que exhibió desde temprana edad y que le permitió ser un estudiante brillante que llegó a la facultad de derecho de la universidad Nacional asistido por ímpetus de liderazgo y que lograba poner de un lado a quienes trataban de opacarlo, unos por el origen humilde y otros porque no aceptaban su superioridad intelectual, y acaso la fogosidad con que se hacía sentir.
Gaitán logró un título universitario decoroso, que le permitió llegar a la universidad de Roma, en donde fue discípulo del famoso profesor Enrico Ferri, y logró sobresalir entre todos sus compañeros, hasta lograr el Magna Cum Laude con su tesis “EL criterio positivo de la premeditación”.
Dicen sus biógrafos, que allí se contagió de la oratoria de Mussolini, cuyo certero y audaz verbo cautivaba a toda Italia y que terminó consolidando uno de los regímenes más autoritarios de que se tenga noticia.
La verdad fue que Gaitán llegó al país y pronto se consolidó como el mejor orador de Colombia, y su verbo retumbaba en las salas de audiencias judiciales, a la par que en las plazas públicas. Le llegaron muy pronto las recompensas: ministro de educación y de Trabajo, alcalde de Bogotá y senador de la República.
Pero llegó el momento en que quería ser presidente y saltó como la alternativa para interpretar a quienes querían atajar a Gabriel Turbay, que llegaba con todas las credenciales posibles, y después de una brillante carrera, como el candidato oficial del liberalismo para las elecciones de 1946 para suceder a Alfonso López Pumarejo, reemplazado en la mitad del camino por Alberto Lleras. Gaitán no oyó a quienes le advertían una inferioridad electoral frente a Turbay, ni tampoco a aquellos que le sentenciaban una responsabilidad de ser el causante de una derrota para un partido dividido y en el facilitador para el retorno del conservatismo.
El canto del cisne llegó, y los resultados marcaron el desenlace anunciado: Turbay dobló a Gaitán, pero Ospina fue el presidente y la división del partido Liberal lo había facilitado todo.
Vino entonces un nuevo e inesperado capítulo: Turbay se radica una temporada en París, y allí muere a los 46 años de un ataque de asma que se atendió tardíamente, y el partido entero se acoge a Gaitán como el salvador de la crisis para enfrentar el convulsionado gobierno de Ospina.
Cuando Gaitán ejercía esa cima, vino el envés con un violento y siniestro panorama: su asesinato es consumado por las fuerzas del desorden. 75 años de dolorosa historia es la que en estos días registramos, curiosamente el día de la Resurrección.