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El dilema a resolver, la guerra o la paz, la vida o la muerte.
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Jueves, 20 de Julio de 2017

La elección presidencial del próximo año, genera expectativas y angustias, es una elección de profundo significado, no es una elección más. Enfrentemos este acontecimiento con alegría y optimismo.

El dilema a resolver, la guerra o la paz, la vida o la muerte. Es en este contexto, que el país como un todo, urge un gobernante comprometido como el que más con la paz de la República.

Hay que desterrar temores y angustias, el miedo, el terror, unido a la mentira y la intolerancia, no es concebible en esta hora y mucho daño causa en el ejercicio de la política.

Se pretende confundir a un país que se merece la paz. Nuestra frágil democracia, permite que minorías determinen el futuro de la patria.

Esto ante mayorías silenciosas y atemorizadas, es la hora del país nacional que entienda su rol y sea partícipe en esta hora crucial de la patria. El compromiso va más allá de los partidos; el reto de fortalecer la democracia seriamente amenazada.

La paz para nuestros hijos y madres, debe ser el legado de la generación presente, paz que absolutamente a todos nos conviene, incluso a quienes se hacen eco sin razón de la guerra.

La salida política negociada del conflicto interno es un hecho con las Farc y las conversaciones con el Eln deben culminar con acuerdos por la paz.

El país político y nacional, ubica al sector contrario y guerrerista, sin eufemismos, en el mal llamado Centro Democrático.

Históricamente el leguleyismo es causante de mucho daño, el momento actual, plantea más que decisiones judiciales, sujetas a diversas interpretaciones por hechos políticos. Es hora de reivindicar la política, en toda su majestad.

La política como el arte de gobernar, reivindiquemos esta definición y la democracia se fortalece. La politiquería hace mucho daño; el próximo presidente o presidenta de Colombia, tiene que ser garante de la paz.

En estas circunstancias, emerge la figura de un nortesantandereano, Juan Fernando Cristo Bustos, caracterizado dirigente del Partido Liberal, quien se la ha jugado íntegramente por la paz.

Despojado de odios y rencores, en un país que reclama tolerancia y lealtad, Cristo es suficientemente reconocido por el país político y nacional, sus ejecutorias merecen más de una columna de este escritor. Sus contradictores, reconocen en él, un gallardo dirigente al que se le debe respeto. De no ser él ungido como candidato a la presidencia, estoy seguro que no vacilaría y en primera línea acompañaría a quien sea garantía para el país de paz y progreso, en esta hora crucial de la democracia. Es Juan Fernando Cristo un demócrata a carta cabal, que enaltece a su partido, el Liberal.

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