
En medio del accionar del conflicto armado en Colombia, es urgente hacer algo ante la acentuación de un problema terrible que afecta a las comunidades apartadas del territorio nacional: las minas antipersonales pululan en los escenarios de conflicto y con ellas se ataca cruelmente la vida no solo de los actores, sino de la población civil, incluidos los niños, que inocentemente caen bajo los estallidos de esos artefactos, perdiendo de paso las extremidades, la visión, o hasta la propia vida.
En regiones como el Catatumbo, en donde hace poco se hablaba de una aterradora cifra de 15.000 desplazados, esta rápidamente se ha elevado a 60.000, pues a los habitantes de esas apartadas zonas no les queda otro camino que salir corriendo para poder resguardar sus vidas, y de paso dejar abandonados sus bienes y sus instrumentos de trabajo, para convertirse en desarraigados a los que todo les falta.
Según los datos de la organización que hace seguimiento al problema, se muestra una cifra que, el año pasado, llegó a la identificación de 542 artefactos, lo que asciende a 3.590 contando desde la fecha de la celebración del acuerdo de paz en 2016.
El panorama nos muestra además que de 268.319 personas afectadas para el 2021, se ha pasado a 607.910.
Lo peor de todo es que la inmensa mayoría de los afectados corresponden a la población civil, entre ellos inocentes niños que caen atrapados cuando van a sus escuelas, a proveerse de agua o a recoger alimentos.
Las denominadas minas antipersonales, constituyen uno de los procedimientos más crueles e inhumanos que pueden existir, y la sola idea de utilizarlos, corresponde a las personalidades más desquiciadas, para quienes no existen los derechos humanos, ni las elementales consideraciones para sus congéneres.
La humanidad entera ha venido pronunciándose contra estas criminales y abominables prácticas, pero todo parece ser que la precariedad de la clase dirigente que se encuentra dentro del conflicto no está en capacidad de asimilar los criterios de los fundamentales derechos humanos, que señalan con tanta claridad el respeto a la dignidad humana y a la vida, lo que lleva a pensar a un observador desprevenido de que la bestialidad es lo que rodea a esas mentes que parecen ignorarlo todo.
Esos desfiles de víctimas a la entrada de los hospitales, la mayoría jóvenes soldados y niños inocentes sin piernas o sin brazos, o con graves destrozos en su físico, ha vuelto a presentarse, frente a la impotencia de los colombianos, que se sienten atrapados en medio de un conflicto que aporta lo más horrendo y despreciable.
La comunidad internacional tiene que tomar nota de estos dolorosos episodios, pues si no es posible detener esa crueldad extrema, muy pronto las zonas afectadas se multiplicarán, para desgracia del país entero.
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