La Opinión
Suscríbete
Elecciones 2023 Elecciones 2023 mobile
Columnistas
El día de los calvos
Los calvos estuvimos de fiesta el sábado y nadie pudo tomarnos del pelo.
Authored by
Martes, 10 de Octubre de 2023

El sábado pasado estuvimos de fiesta los calvos. A no sé quién, en no sé dónde y no sé cómo, se le ocurrió que era hora de reivindicar el buen nombre de quienes carecen de pelo en la cabeza, o de quienes vamos en  esa misma dirección. 

Hasta hace unos pocos años los calvos eran discriminados en todas partes por feos, por débiles y hasta por carecer de hormonas masculinas. Ser calvo era la peor desgracia que le podía suceder a un varón, a menos que se tratara de un presidente de la República, tipo Carlos Lleras Restrepo, o un escultor famoso como Édgard Negret, o algún actor de Hollywood. A los demás se los tragaba la maledicencia, la burla, la sátira y el desprecio femenino.

De los calvos se murmuraba que eso les pasaba por ser mujeriegos, como un castigo de Dios, pues la abundancia de cabello estaba íntimamente relacionada con la virilidad, la cual se iba perdiendo, lo mismo que el cabello, por el uso y abuso de la potencia masculina. 

Según la Biblia, Sansón perdió toda su fuerza y su potencial del hombre más fuerte entre los hebreos, cuando, enamorado de Dalila, una mujer enemiga con quien se acostaba, le confesó que su fuerza de toro la tenía en el cabello. Dalila lo durmió, lo trasquiló y Sansón, ya debilucho, cayó en manos de sus enemigos.

Desde entonces se regó el chisme de que los calvos llegan a esa condición por andar de pipilocos. Y que por eso muchos resultaban jugando en el otro equipo. Y todo el mundo comenzó a burlarse de ellos, a hacer chistes a costillas suyas, a ponerlos de espantos para que los niños se tomaran la sopa (“tómese la sopa antes de que llegue el calvo, que se lleva los niños”), a ponerlos como punto de referencia(“tres casas más allá de donde vive el calvo Quintero”).

Pero esos tiempos de bárbaras naciones ya pasaron. Poco a poco, paso a paso, pelo a pelo, los calvos fueron ocupando un sitial de honor en la tierra y en el cielo. Porque el cielo también estaba reservado para los peludos. Ni Jesús de Nazareth, ni ninguno de los Doce, ni siquiera el traidor, ningún santo, ningún papa, ningún ángel tenía la cabeza lisa. Gracias a Dios, ese oscurantismo pasó, y hoy por hoy, ser calvo es un honor.  

Ya uno ve calvos por todas partes. Políticos, doctores de la ley, médicos, directores de periódicos, curas, en fin. Otros, como dije, vamos camino de serlo. Cada día el espejo me muestra un claro más en la cabeza y ya no me preocupo como antes. 

Hoy, todo el mundo quiere ser calvo, hasta las mujeres. Por eso ellas ahora se rapan no sólo las piernas y las cejas. También las pelambres ocultas, como en las axilas. Dizque eso las hace más atractivas. Yo en eso ni lo meto ni lo saco. Cada quien puede hacer con  su cuerpo lo que quiera. Hasta hacerse tatuajes. Donde quieran.

Así las cosas, en este momento hay tres clases de calvos: Los calvos por naturaleza, que van dejando sus pelos en la almohada; los que ya vamos llegando, y los calvos artificiales. Estos últimos se mandan a rapar hasta quedar su cabeza tan brillante como bola de billar, pero todos los días deben sacarse brillo, como hace uno con los zapatos de cuero.

Vuelvo al comienzo. Los calvos estuvimos de fiesta el sábado y nadie pudo tomarnos del pelo. Nuestra canción favorita fue: “La parranda es pa´manecé, y al que se duerma lo trasquilamos”.

gusgomar@hotmail.com

Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en https://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion

Temas del Día