Por milenios, los grupos, poblamientos y poblaciones indígenas, han vivido en los bosques de América Latina, humanizándolos, protegiéndolos, conservándolos, evitando su destrucción. Su ciencia médica ha acumulado un incalculable volumen de conocimientos sobre las propiedades curativas de infinidad de plantas. Y el profundo análisis empírico de los diferentes ritmos de la naturaleza, les ha permitido aprovechar al máximo los suelos y los recursos naturales, sin llegar a deteriorarlos. Pero su verdadera enseñanza no radica solamente en ese incalculable volumen de conocimientos sobre el mundo natural, que han venido acumulando y descubriendo. O sobre la incomparable belleza poética de sus innumerables mitos e historias. Pero lo que resulta más trascendental es su filosofía, pues sobre ese especial sistema de pensamiento, que han desarrollado, han logrado unificar ordenadamente su saber y han podido habitar sus tierras ancestrales, sin atentar contra el equilibrio ecológico.
Según su filosofía, todo en el universo debe estar en equilibrio. Para el indígena, el equilibrio es algo que en cualquier momento puede perderse. Algo que puede tender a desaparecer, si no actuamos oportunamente para evitarlo. Según su criterio, el hombre actual es agresivo, inclinado a la destrucción, a producir basura, desperdicios, y al vicio maldito de envenenar la tierra.
Por hacer esta clase de denuncias han venido siendo víctimas de represalias. En Colombia, en lo que va corrido del presente año, según las estadísticas de la Organización Nacional Indígena (ONIC), han asesinado 66 indígenas, han desaparecido a 11, y sacado huyendo de sus tierras aborígenes, más de 2000 en calidad de desplazados. Pero el calvario de los indígenas no termina allí. Asentados en la Sierra Nevada, viven los Kancuamos, al margen izquierdo del límite con Valledupar. En los últimos años, han sido asesinados 240 miembros de su comunidad. La respuesta, no convincente, es la de que todos somos, de manera indiscriminada, víctimas del terrorismo.
La otra respuesta tiene que ver con el universo donde se forja la visión sagrada del indígena. Tal vez nos hemos venido olvidando de que en cada elemento y en cada fenómeno de la naturaleza, fluyen fuerzas poderosas, de inestables y malignos equilibrios fácilmente alterables. Y que así como para las culturas indígenas, el paisaje está poblado de miles de símbolos y mensajes de sus antepasados, que les identifican y señalan su destino histórico, así también ellos suelen captar cual es el paisaje actual de nuestras ciudades, cuales nuestras debilidades y cuales los indicios y señas, en que han de sustentar su legítima defensa ancestral y de subsistencia.
Para que no se piense que habrán de desaparecerlos fácilmente, fijemos nuestros ojos en los milenarios ojos de sus antepasados. Ellos profetizaban que cuando el mundo desacralizado desperdicia la energía que fluye de la naturaleza del entorno, volvería a la tierra no como fruto, sino como podredumbre. “Nosotros, hijos del sol y de la luna, recogeremos el trigo y administraremos la cosecha”.
Cuando ello ocurra, una espléndida y deslumbrante energía global habrá de percibirse en el universo.