Hace unos días, rumbo al trabajo, me llamó la atención una noticia en la radio.Al parecer los periodistas se regocijaban mientras daban la información y todos en el estudio hacían votos de aprobación hacia la misma. Lo que alcancé a escuchar fue que, en Francia se acababa de prohibir el uso de celulares en las escuelas. Los comentarios estaban a favor de las autoridades y se explicaban las miles de razones por lo cual esta medida académica se justificaba y valía la pena. Este diálogo se conjugó con otro que hacía mención de un grupo de profesores que ya no toleraba a sus alumnos universitarios, quienes se la pasaban con ese bendito teléfono todo el tiempo, completamente desconectados de la relación entre docente y estudiante, y habían decidido renunciar a su cargo.
Para nadie es un secreto que todo maestro necesita del interés de sus discípulos, esto es parte del trato, yo preparo la clase lo mejor que puedo y te enseño con esmero para que ese momento sea entretenido, mientras tú, me prestas atención con todos tus sentidos y das rienda suelta a tu imaginación para que al final los conocimientos se fijen y puedas desarrollar tu propio criterio sobre lo que acabo de enseñarte.
Pero ahora resulta que hay un alumno que no estaba matriculado en un principio, pero asiste a las clases con todos ellos, y se llama “teléfono celular”, así mismo, como si tuviera nombre y apellido. Este alumno también participa en el proceso de enseñanza, más de lo que ellos mismos se imaginan, ya no hace falta estar hablando con el compañero de al lado, o reírse del gracioso de la clase, porque hoy día toda esa indisciplina se puede lograr de manera independiente y el cero en conducta se lo pueden ganar en completo silencio. Cuando uno de los educadores le pide amablemente a ese estudiante que le atienda o deje su celular para otro momento, siempre hay un motivo de peso (excusa) para no hacerlo, desde “tengo a mi mamá enferma”, “dejé solo el niño en casa”, hasta “yo puedo atenderlo a usted y a la vez mirar las redes, tengo esa capacidad”, se les escucha decir.
Un buen profesor es como un buen artista, ensaya la clase (la prepara), se actualiza, llega con el mejor entusiasmo y hace el mejor show posible al momento de la presentación, esperando que sus alumnos disfruten el momento y sobre todo que le presten la mayor atención posible, sin embargo, cuando están emocionados, hablando con energía, completamente seguros de que han logrado su cometido, ven frente a ellos a un grupo de sus discípulos que están en otro mundo, mandando mensajes, leyendo textos y hasta riendo con alguna imagen que les distrae completamente de ese encantamiento que ya no volverá a repetirse, desencadenando una gran frustración y sensación de vacío, que acaba con el impulso e ímpetu con el que había dado inicio a la aventura de enseñar.
Bueno, pero hay que ajustarse, no es como para renunciar, comentan algunos.Un maestro me relataba que al final solo mira a aquellos que le atienden, porque los hay, existe otro grupo que no saca el teléfono nunca, que copian todo lo que se dice, son los elegidos, los que no necesitan leyes que les obliguen a interesarse en la clase, tal vez los que trabajan duro para pagar el semestre o no tienen esa compulsión de mirar la pantalla, pero al final no falta el que estaba distraído con TikTok por allá atrás que comenta “profe, ¿puede repetir?, es que no entendí nada”