Entramos en la recta final. Pocas veces había presenciado el país un debate tan intenso. Y es entendible: nunca habían estado tantas cosas en juego para el futuro, como las que se definen con la votación del plebiscito el 2 de octubre.
Ha habido excesos verbales, desde luego. Pero ha habido también un amplio espacio de reflexión en universidades, plazas públicas, medios de comunicación y redes sociales, a través de los cuales la ciudadanía se ha podido formar mal que bien una idea apropiada de los pros y contras que rodean el Sí y el No. Ahora la ciudadanía debe dar su veredicto.
Nicanor Restrepo, el gran ausente en este debate, dijo con lucidez en alguna ocasión: “Se contribuye también a la construcción de la paz desarmando la palabra”. La decisión mayoritaria ciudadana es la culminación de un encendido camino en el que, con excepciones, ha prevalecido afortunadamente la palabra desarmada.
Todos los puntos de vista expuestos democráticamente son respetables. Mi recomendación es votar por el Sí, por las siguientes razones:
La implementación de los acuerdos de paz, sin desquiciar como no lo hace el Estado de Derecho, constituye una oportunidad única, acaso irrepetible, para modernizar las instituciones, la vida política y la ruralidad en Colombia de cara al siglo XXI. Y para romper egoístas intereses creados.
Estos acuerdos no son “el fin de la última guerra del continente” como con alguna licencia verbal se han rotulado ante la comunidad internacional. Queda el Eln al que por la razón o por la fuerza resta someter. Quedan los grupos sucesores de los ‘paras’ a los que aún hay que controlar y que, como lo demuestra la experiencia centroamericana, son el principal dolor de cabeza en el posconflicto. Pero nadie puede negar que la desaparición de las Farc como grupo subversivo y su transformación en un partido político son un paso de trascendental importancia en la historia de Colombia.
Con la firma de los acuerdos de paz las cosas no terminan, sino que comienzan. Serán diez o quince años los que tenemos hacia adelante para volver realidad lo acordado en La Habana. Donde, recordémoslo, no estábamos negociando solos. El reto legislativo, administrativo, financiero y político para ejecutar los acuerdos es tan formidable como su misma negociación. La agenda en los años venideros –me atrevo a anticiparlo— estará copada por la ejecución de estos acuerdos.
Uno de los retos principales hacia adelante será dar una respuesta satisfactoria a la pregunta de cómo se financiarán, sin desarticular la macroeconomía, los acuerdos suscritos. Keynes escribió un célebre ensayo luego de los acuerdos de Versalles al terminar la Primera Guerra Mundial que tituló ‘Las consecuencias económicas de la paz’, en el que anticipó con clarividencia que las obligaciones que se le imponían a la potencia vencida, Alemania, eran impagables y conducirían a un nuevo conflicto, lo que sucedió con el surgimiento del régimen Nazi y la Segunda Guerra Mundial. Ojalá que las consecuencias económicas de nuestra paz sean bien manejadas. Y que se pueda financiar correctamente el posconflicto sin comprometer la estabilidad económica. Lo que aún no está claro cómo se hará.
Conflictos seguirá habiendo en Colombia. Lo novedoso es que ahora tenemos la preciosa oportunidad de que se puedan arreglar no a bala, sino en democracia. Condición indispensable para que la paz se arraigue y florezca.