América latina ha tenido logros importantes en las últimas décadas: reducir la mortalidad infantil, mejorar la coberturaen salud y mayor longevidad. Sin embargo, el envejecimiento poblacional ponea prueba la capacidad de los Estados para garantizar la calidad de vida de los ciudadanos.Según la CEPAL, para 2050 habrá 138 millones de personas mayores de 65 años en la región, lo que equivaldrá al 18,9% de la población total, y para 2052 esa cifra subirá al 19,7%. El grupo de mayores de 80 años será el que crezca con más rapidez: pasará de 12 millones en 2024 a 37 millones en 2050. Este cambio implicará prevalencia de enfermedades crónicas, discapacidad y dependencia funcional, con una progresiva demanda de cuidados de largo plazo.
A pesar de mejoras en la cobertura de pensiones que fue del 75,5% para el año 2022, un segmento importante sigue en condiciones de pobreza por ingresos.En 2023, el 43% de las personas mayores recibía pensiones que no cubrían sus necesidades básicas. Según la CEPAL, esta insuficiencia afecta de manera desigual: en el quintil más bajo alcanzaba a más del 83% de los adultos mayores, mientras que en el quintil más alto era del 29,5%. Además, de las brechas de género persistentes en todos los niveles de ingreso. Por otro lado, esta insuficiencia lleva a esta población a insertarse al mercado laboral en condiciones de informalidad.
Durante las últimas décadas, la región experimentó el llamado bono demográfico, un periodo en el que la proporción de personas en edad de trabajar fue mayor a la de dependientes. No obstante, esa fase concluye hacia 2028, y la región no la aprovechó plenamente. Al agotarse el bono, emerge la “razón de sostenimiento”, un indicador que combina la estructura demográfica con los patrones de ingreso y consumo por edad. A diferencia de la simple relación de dependencia, este indicador mide cuántos productores efectivos sostienen a cuántos consumidores, y qué tan intensamente lo hacen. Su descenso marca el fin del bono demográfico y el inicio de una nueva fase: el envejecimiento como desafío económico y fiscal. Cuando cae, significa que menos trabajadores deben financiar a una población más longeva y demandante de servicios.
En términos macroeconómicos, las consecuencias ya se vislumbran. Entre 2025 y 2050, se prevé que el PIB per cápita anual caiga en Brasil (-0,24%), Chile (-0,11%) y Costa Rica (-0,02%), mientras que países más jóvenes como Guatemala (+0,73%) o El Salvador (+0,51%) aún crecerán gracias a su estructura etaria favorable. La clave para mitigar los efectos negativos está en aumentar la productividad, ampliar la participación laboral femenina y fortalecer la inversión en capital humano.
Aunque miradas optimistas plantean que, si se gestiona adecuadamente, puede abrir la puerta a un segundo bono demográfico, basado en el uso productivo del ahorro y de los activos acumulados por la población mayor. Este enfoque da origen a dos visiones: la economía plateada y la economía de la longevidad.La primera, más economicista, ve el envejecimiento como una expansión del mercado de consumo: turismo senior, viviendas adaptadas, biotecnología, servicios financieros y seguros para mayores. La segunda, propone un enfoque más humano y sostenible: concebir la longevidad como un activo social, donde las personas mayores sean parte de la economía no solo como consumidores, sino como productores de conocimiento, experiencia y cohesión intergeneracional.
La economía de la longevidad apuesta por invertir en salud preventiva, educación continua, innovación tecnológica accesible y sistemas de cuidado integrados. Implica entender que el envejecimiento no es el fin de la productividad, sino una nueva etapa del ciclo vital con valor económico y social. La pregunta no es cuántos años viviremos, sino cómo haremos que esos años sean socialmente sostenibles y económicamente importantes.
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