Mi nono Cleto Ardila vivió en el tiempo equivocado. Cuando se retiró de su profesión de arriero, porque sus piernas ya no le daban para tanto camino al pie de las mulas, se dedicó a amansar potros. No le fue muy bien, y no sé cómo ni por qué, en cierto momento se hizo sobandero. Cogió fama entre los vecinos del pueblo, pues mediante el sistema de sobones y tablillas, enderezaba huesos torcidos, aliviaba esguinces y sanaba cojeras. Los nietos Orlando y Leonel, sus ayudantes, sujetaban al pacienteen los momentos cruciales de la sobada.
Las gentes adultas le tenían fe, pero los niños le temían. “Si no se toma la sopa, lo llevo donde don Cleto pa que lo sobe”, amenazaban las mamása sus hijos.
Después en el pueblo construyeron un Puesto de salud, hubo enfermera permanente y visita semanal de un médico. Las inyecciones,el tratamiento médico y el yeso para los fracturados, fueron opacando las virtudes sanatorias del abuelo.
Vivió en la era equivocada, digo, porque hoy –de acuerdo con la reforma de salud, en trance de ser aprobada- los sobanderos volverán por sus fueros. Y entonces, si el nono Cleto viviera, se haría de nuevo famoso, con sus pomadas, aceites y menjurjes que aplicaba. Le darían diploma de sobandero, que el viejo exhibiría con orgullo en la pared de su cuarto, de donde colgaba la hamaca que alcahueteó varias generaciones de nietos. Lo del diploma no es invento mío. La ministra Corcho lo dijo.
Pero hay que ser justos. Fueron muchas las piernas de futbolistas que, gracias a los sobanderos, volvieron a las canchas. Todavía hoy, en las ciudades, hay quienes les tienen más fe a los que soban que a los que hacen cirugías de huesos. “No quiero que me metan tornillos en las piernas”- dijo doña María Dolores, en estos días, cuando la iban a operar de la tibia y el peroné fracturados por una caída. “Llévenme donde un sobandero”-les ordenó a sus hijos-. Lo que quiere decir que aún en estos tiempos, hay gente que prefiere un curandero que un médico.
Mi fe absoluta está en Dios y en los galenos. Sin embargo, alguna vez uno de mis hijos, de pocos meses, enfermó de fiebre, diarrea y pérdida de apetito. El médico no dio con el chiste y una vecina nos aconsejó llevarlo donde “doña Epifenia”, quien con sólo ver al niño lo diagnosticó: “Le hicieron mal de ojo”. Lo rezó, le echó agua bendita y le formuló un jarabe. Dicho y hecho. La criatura sanó.
“El hielo delos difuntos” es otra enfermedad rara, que los médicos no tratan. A un bebé no se le puede llevar a un velorio ni al cementerio, porque el hielo de los muertos le hace daño. Los médicos se ríen, pero los curanderos dicen tener el remedio para los niños “helados”.
Yo no sé si la Reforma a la salud contemple también el caso de los secretistas o rezanderos, esas personas que, mediante un rezo secreto, alivian enfermedades, males postizos, dolencias de amor y estrés acumulado. Nadie sabe a ciencia cierta qué clases de oraciones utilizarán para sus conjuros, ni si la fórmula es divina o diabólica, pero un aura de misterio rodea a dichos personajes.
Quiero hablar con la doctora Corcho para decirle que se deje de echarles vaina a las EPS, pero que en cambio cuente con mi respaldo en eso de los curanderos y los sobanderos. Me gusta aquello de “Recordar es vivir”. Soy de los que gritan con Petro: “Bienvenidos al pasado”.