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De Ignacio y Agustín a Francisco y León
¿Este papa recuperará el lado humano del cambio, y tal vez de la ciencia? Como matemático que es, esperemos que abra la posibilidad de una relación eficaz entre ciencia y religión.
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Viernes, 16 de Mayo de 2025

No han podido las redes ni la tecnología quitarle peso a la elección papal. Los medios se han ocupado intensamente de la muerte de Francisco y del proceso de elección del primer pontífice nacido en los Estados Unidos, Robert Prevost, quien adoptó el simbólico nombre de León XIV. No han estado ausentes otras religiones. China lo felicitó cálidamente. Es un evento universal, en un momento turbulento. Mucho se ha escrito sobre esa elección, sus secretos, tradiciones, negociaciones y conversaciones previas al cónclave. Sobre las distintas tendencias dentro de la Iglesia y cuál salió airosa. Todo indica que la línea más progresista del jesuita Francisco, quien dejó huella de avance, apertura y sencillez, mantiene su poder con este cardenal nacido en Chicago, nacionalizado peruano.

León XIII fue hace más de un siglo, el Papa que puso reflectores sobre los efectos que la revolución industrial acelerada en la transición del siglo diecinueve al veinte, trajo sobre los trabajadores y sus familias, sobre la sociedad y el estado. Eran tiempos de cambio y de incertidumbre. También de hambre y desolación para millones de migrantes y desempleados. Su carta encíclica “De las Cosas Nuevas”, iluminó la escena humana en ese momento plagada de presiones injustas sobre la mano de obra y de excesos en la producción de riqueza no distribuible. Ese León era Terciario de la Orden de San Francisco y en ella encontró las bases para apoyar la creación de sindicatos y la reivindicación de salarios justos que garanticen la dignidad humana, sin destruir el derecho a la propiedad privada y controvirtiendo el marxismo en boga. Las consecuencias políticas de León XIII se ven aún en los partidos de esencia demócrata cristiana y, en Colombia, en las ya septuagenarias Cajas de Compensación Familiar creadas por la Doctrina Social de la Iglesia.

León XIV es el nombre de un Papa presto a reivindicar al ser humano en los nuevos tiempos de cambio: el trabajador amenazado por la IA; la incertidumbre de la era cuántica; la juventud absorbida por las redes; los millones de migrantes que huyen de la pobreza y la violencia; el odio religioso y étnico, que no desaparece en la que se supone es la era más avanzada de nuestra historia.

¿Este Papa recuperará el lado humano del cambio, y tal vez de la ciencia? Como matemático que es, esperemos que abra la posibilidad de una relación eficaz entre ciencia y religión.

Francisco, futbolista, fue de los jesuitas de Ignacio, soldados de Cristo sometidos al Papa. León XIV, tenista, verde, es agustino, de los sacristanes del Papa y misioneros formados en San Agustín. Lutero era agustino. Su ánimo reformista produjo el mayor cisma cristiano. También era de la hermandad George Mendel, padre de la genética. Reformadores y hombres de ciencia, misioneros y teólogos, esa es la tradición de los agustinos, de quienes fue Prior el fraile Prevost.

Según la revista jesuita América, treinta y cinco de los doscientos sesenta y siete Papas, han sido miembros de órdenes religiosas: benedictinos, agustinos, dominicos, franciscanos y un jesuita. Treinta y tres de los cardenales elegibles en el cónclave, todos creados por Francisco, también lo eran. Una de las grandes reformas de Francisco, fue aumentar el poder electoral de las principales órdenes religiosas, los “partidos” consolidados, fortaleciendo la institucionalidad política de la Iglesia Católica.

Las reiteradas menciones que León hace de Francisco no son cortesías de menor cuantía. Cambios que se mencionaron o se iniciaron con él, y otros pendientes, estarán a prueba: papel de las mujeres, control natal, celibato, pedofilia, homosexualidad.

Hay un Papa deseoso de mayor unidad y comunidad, con peso propio, acostumbrado a las reformas, a los números y perito en la capacidad de convencer. Mirará a los ojos a los líderes mundiales a los que ofrece su mediación para un mundo en paz, diciéndoles, como oyó San Agustín: “Tollelege”.


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