Mi primer recuerdo del conflicto armado es la portada de un medio impreso que llegaba a la casa, no recuerdo si era La Opinión o Semana, sobre la masacre de La Gabarra. Tampoco recuerdo con claridad la imagen, pero sí los cuerpos tendidos y la sangre manchando el suelo. Tenía 10 años. Mi segundo recuerdo viene con el carro bomba al Banco de la República una madrugada de enero del 2002. Yo estaba durmiendo y me desperté gritando con la explosión detonada a cuadras de mi casa, tenía 12 años. El tercer recuerdo no tiene fecha única porque ocurrió durante esos años, es el sonido de helicópteros sobrevolando mi casa en las noches, yendo y viniendo de la Casa del Trueno. Desde ese entonces no me gusta ese sonido, me genera zozobra y lo asocio con la guerra.
Cuando ocurrieron estos hechos era una niña que no tenía conocimiento de la violencia armada más allá de lo mencionado, por eso también recuerdo mi reacción al ver las imágenes de la masacre: me sentía confundida y fuera de lugar porque la gravedad de lo ocurrido contrastaba con la calma del espacio donde yo vivía. Sin embargo, solo hasta hace unos días, cuando escuchaba las declaraciones de Salvatore Mancuso en la Audiencia Única de Aporte a la Verdad de la JEP mientras caminaba por el campus de mi universidad, pude entenderlo; nuevamente la crudeza de lo narrado contrastaba con un presente en apariencia ajeno a ello.
¿Cómo pudo haber ocurrido? No he parado de preguntarme. No me refiero únicamente a alianzas específicas, que vale la pena enfatizar que no sucedieron únicamente con las agencias de seguridad del Estado. Mi pregunta resuena con una de las declaraciones de Mancuso sobre el control social contra personas LGBTIQ+ el último día de la Audiencia Pública:
Se le pedía a aquellos que tenían diversidad de orientación sexual que actuaran como personas normales cuando había niños o eventos de niños o iban a la plaza. Que no estuviesen, de pronto, agarrados de la mano o dándose besos o cosas porque básicamente había, para aquel momento, hace ya 30-20 años, había, digamos, un rechazo de las madres, de las personas, al respecto en algunas partes, no en todas. En Norte de Santander se dio mucho con hechos que tenía que ver con el señalamiento que hacían a estas personas y la señalaban de que incluso vendían drogas, eran jíbaros, consumidores de drogas y esto llevó infortunadamente a este tipo de acciones. (Mayo 16, 2023, 3:23:40).
Nuevamente, la brecha entre el presente y lo ocurrido: Mancuso narraba los horrores de forma impasible. En esa imperturbabilidad señalaba algo muy importante y es que la represión desatada por el control social fue posible, de alguna manera, porque al interior de varias comunidades existía una espiral de violencias y prejuicios contra las poblaciones más vulnerables, como las personas con orientaciones sexuales e identidades de género diversas en Norte de Santander. Informes del Centro Nacional de Memoria Histórica, Aniquilar la Diferencia: Lesbianas, gays, bisexuales y transgeneristas en el marco del conflicto armado, ya habían evidenciado esta permeabilidad de las violencias cotidianas en la casa, el trabajo, las escuelas, y los crímenes del conflicto armado.
Quizás la pregunta deba ser, como dijo el padre Francisco de Roux, ¿cómo pudimos permitir que esto ocurriera? En Cúcuta, ante la sevicia, el desinterés, su impunidad y los abusos de poder que sufren las personas LGBTIQ+ y mujeres, la pregunta también debe ser ¿cómo podemos permitir que siga ocurriendo?