Traigo una molestia desde hace unas semanas a raíz de un comentario en el que un tuitero de la ciudad expresaba, en dicha red social, que los medios de comunicación locales deberían hacer un relevo en analistas de seguridad para la región, para lo que propuso nuevos perfiles. Todos pertenecían a hombres. Este es un asunto recurrente donde ciertos campos se asumen de carácter masculino, donde la palabra de los hombres (y valdría la pena preguntar cuáles hombres) se toma como la autoridad y donde las mujeres, por más discusiones que generamos e indistintamente de la diversidad de nuestras propuestas, somos relegadas. Los estudios de seguridad y justicia son uno de esos y lo que el tuitero hizo, junto con quienes apoyaron su propuesta, fue reiterar esa jerarquía de voces.
No pude matizar la molestia al leer sus palabras, pensaba en los aportes de tantas mujeres que conozco que, desde sus distintos escenarios de incidencia a nivel regional, como la defensa de los derechos humanos, el acompañamiento a víctimas, el estudio del conflicto armado, las dinámicas de frontera y la representación de comunidades, fueron menospreciados. Muchas personas dirán que no las conocen y lo cierto es que la mayoría de ellas no cuentan con privilegios tales como plataformas de difusión o reconocimiento en el medio. El asunto se vuelve un ciclo vicioso: citamos a hombres porque son los que más visibilidad tienen porque son los que más citamos.
Cuando somos llamadas a la conversación suele ser para dar cifras sobre violencia de género. Aquí hay dos consideraciones importantes: en primer lugar, nuestra participación en los estudios sobre seguridad es amplia y no todas se dedican a asuntos de género (algo que debería ser evidente). En segundo lugar, los estudios de género, feministas y de seguridad son un campo lo bastante amplio y complejo como para reducir nuestra contribución a datos porcentuales. ¿Cómo queremos definir la seguridad en nuestra región? ¿Cómo aproximarnos a las contradicciones en la relación entre protección y criminalización? ¿Cómo coexisten las lógicas del desarrollo y el derecho con profundos procesos de violencia y desarraigo? ¿Cómo debemos abordar el Estado? ¿Cómo abordar nuestra frontera y las dinámicas fronterizas sin reiterar los discursos militaristas? Son algunas de las preguntas que buscamos responder.
De modo que los aportes feministas no solo amplían el panorama, también sacuden sus bases metodológicas: desde estas orillas nosotras elevamos preguntas sobre las preguntas, cuestionamos sus lugares comunes y construimos lenguajes propios. Y todo esto se viene rumiando en la región en distintos escenarios gracias al liderazgo de mujeres valiosas que tienen mucho que aportar a estas discusiones. Así que yo también me sumo al llamado del relevo de voces pero, contrario al origen de mi molestia, sí pido que se piensen con profundidad las nuevas fuentes, que nos tomemos la tarea de buscarlas, conocerlas e interactuar con ellas. El machismo en los análisis de seguridad y justicia ya está mandado a recoger.