Las fronteras, por su condición de región integradora de dos países, necesariamente se afectan por las condiciones socio-políticas y económicas de cada país, más aún si son estados centralistas en lo constitucional y en lo real.
En consecuencia, si los dos países están bien, desarrollándose y fortaleciendo su institucionalidad, la frontera será doblemente beneficiaria de ese bienestar, siempre y cuando, como sucede en la vida personal, cuando se presente la oportunidad nos encuentre preparados. A nivel regional eso significa tener un modelo de desarrollo sostenible, que implica no querer vivir de las migajas de las mesas centralistas. La segunda condición es que un país esté bien y el otro esté mal; en ese caso, vivir asimétricamente es la condición de frontera, que se vuelve un atractivo para las personas del estado emproblemado, buscando mejores oportunidades. El tercer escenario, que para infortunio de Cúcuta hoy estamos viviendo, es que los dos estados estén en franco deterioro económico y político, con rompimiento institucional.
El espectáculo de los gobiernos de Colombia y Venezuela queriendo no cumplir la voluntad popular, en el nombre de valores superiores a la constitución, como la paz en Colombia o la revolución chavista en Venezuela, rompiendo cualquier institucionalidad nos sitúa como las nuevas repúblicas bananeras del sur. Estas, como muchos saben, se hicieron famosas a principios del siglo XX y se distinguían por tener un dictadorzuelo que todo lo definía sin ningún control constitucional ni institucional, pues la justicia estaba al servicio del autócrata y se usaba como instrumento contra los opositores, convirtiéndola en perro de presa. El poder legislativo era un apéndice del autócrata y si no lo era, se cerraba. Todo eso se apoyaba en unas fuerzas militares, sujetos de prebendas especiales, que no actuaban en defensa de la constitución y el país, sino en defensa del régimen. Varios escritores del boom hispanoamericano hicieron famosas estas repúblicas basadas en exportar materias públicas, como el banano, el café o el p
etróleo.
A principios del siglo XX esas repúblicas bananeras eran usualmente manejadas por autócratas de derecha con apoyo de los Estados Unidos, que defendían los intereses de sus empresas, explotadoras de esas materias primas. A principios del siglo XXI en la esquina septentrional de Suramérica, surgieron unos “presidentes” de corte centro-izquierdista o izquierdista, elegidos según ellos en nombre de valores superiores a la constitución y contando con el apoyo de países afines, autodenominados socialistas de América y Europa, lograron que la región andina sea hoy una de las regiones más riesgosas para la inversión y de pronostico económico entre reservado y crítico. Ya en el poder el dictadorzuelo, el voto popular no vale; es el riesgo de la democracia liberal, que vía el juego democrático, la destruyen.
El ejercicio de la democracia liberal parte de varios preceptos mínimos. La constitución política es el marco legal límite de los jefes de estado. Si ella se quiere cambiar en el nombre de cualquier principio superior que él dice encarnar, causantes de graves tragedias humanas como el amor, Dios, la paz, la revolución, el pueblo o la raza, se debe recurrir al constituyente primario. Hay tres poderes independientes y la justicia es el ejercicio del derecho en defensa de los ciudadanos de los abusos del poder.
Cortes manejadas por el ejecutivo no son democracia, es brutalidad. Y no hay poderes populares, o poderes de paz, o cualquier otra invención. Todo gobernante debe tener controles y ningún poder debe ser absoluto y ninguna encarnación de supremos principios tiene cabida en la democracia liberal. El voto popular mayoritario obliga al estado: no solo al ejecutivo. Obliga a la justicia, al parlamento y a las fuerzas militares. Todo eso lleva a ganancia de institucionalidad, seguridad jurídica, inversión y desarrollo equitativo. Ninguna república bananera se desarrolló con el modelo autócrata. Y contar con el silencio cómplice de otros estados, laicos o religiosos, o el abierto intervencionismo no lo justifica. Hoy el populismo ronda incluso a la potencia democrática liberal del mundo, donde un candidato medio payaso quiere gobernar en nombre de la Grandeza, otro principio constitucional superior.
Cada cierto tiempo la democracia liberal es retada y los demócratas deben defenderla de sus autócratas, con la única arma disponible: la manifestación callejera que busque derrocar el régimen autocrático e instaure una mejor democracia liberal. Los mejores amigos, Maduro y Santos, nos están enseñando que en las nuevas repúblicas bananeras el solo voto no basta.