
Los Camis tienen el mundo y la libertad por patria y por hábitat. No se sienten extranjeros en ningún lugar, como en la canción de Serrat. Persiguen juntos el sol desde hace 18 años de los cuales llevan 8 de convivencia. El uno sin el otro son como la ribera sin la ola.
Este par de reposadas y sonrientes almas viajeras, Camilo Acosta, ingeniero eléctrico de UPB, y Camila Arango, comunicadora social de EAFIT, de pronto toman distancia de las piedras del fogón casero, le dan el besito de las buenas noches a sus empleos, renuncian a las certezas y dejan que el azar trabaje por y para ellos.
Hace unos años se acostaron aliviados y despertaron con ganas de perfeccionar su inglés. ¿Estados Unidos? ¿Inglaterra? Esos países quedan a la vuelta de la esquina: que sea Melbourne. Y se radicaron en la tierra de los canguros.
Acaban de realizar un viaje de 26 mil kilómetros en una frágil Volkswagen Kombi modelo 1954 convertida en coche-cama que los llevó hasta la Patagonia. Siete meses invirtieron en la aventura que los movilizó por ciudades de Ecuador, Perú, Brasil, Bolivia, Chile y Argentina. Se guían por el poema de Kavafis: “Ten siempre a Itaca en tu mente. Llegar allí es tu destino. Mas no apresures nunca el viaje”.
Al cachivache alemán (modelo arrierita, en la antigua jerga) que los transportó hubo que bajarle el motor dos veces. Como tuvieron problemas de encendido, durante miles de kilómetros lo arrancaron en segunda con destornillador en mano. Y empujándolo.
Pero esas nos son penas. Iba al mando, Camilo, cirujano plástico de vehículos. Con sonrisa de oreja a oreja, la reportera Camila iba narrando las peripecias por Instagram. Búsquenlos en @la_ crispetera. Servir y viajar son los verbos que Camila ama conjugar.
La bautizaron Crispetera porque al arrancar suena como las crispetas cuando se van tostando. Además, pensaban vender crispetas si el dulce se ponía a mordiscos. El Kombi se dedica ahora el reposo del guerrero. Misión cumplida.
Para este par de audaces y envidiados marcopolos paisas, muy zen ellos, lo único malo de esas andanzas es que no duren más. Así les toque renunciar a lujos como el agua, la electricidad, el gas, el bar preferido, sus mascotas, la segunda trinidad bendita: frisoles, mazamorra arepas. Y sin sus cuatro taitas que quedan pegados del techo. Cuando se aparecieron de sorpresa, los recibieron con el alboroto con que fue recibido el hijo pródigo de la Biblia.
¿Lo bueno del periplo? La gente bella y solidaria que conocen y el hecho de que despiertan “todos los días con un patio diferente”. En sus viajes sin fecha de retorno, se dejan acariciar por “los colores de la naturaleza”, como llaman los paisajes que los enriquecen.
El GPS o el WAZE llevarán ahora a los Camis por la tierra firme colombiana. Quieren ganar esa asignatura. Es lo que piensan hoy. Pueden resultar en Cafarnaún. Nunca se sabe con estos vagamundos que también aman la moto.
“Caminante, son tus huellas el camino y nada más”, seguirán cantando con Antonio Machado, otro de los gurúes que guían su andadura por este acabadero de ropa llamado mundo.
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