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Augusto Espinosa Silva
Estas notas solo buscan ser un homenaje a uno de los ingenieros modelo de mi vida profesional.
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Sábado, 13 de Noviembre de 2021

La muy reciente muerte del ingeniero Augusto Espinosa Silva me produjo esa especie de ausencia que se da cuando alguien que fue importante en una parte de nuestra vida se va de este mundo. 

Recién terminé ingeniería civil empecé a trabajar en una empresa de suelos y geotecnia en Bogotá llamada Áreas limitada; una experiencia única. Áreas era algo muy diferente a la típica empresa colombiana, propiedad de dos ingenieros civiles, egresados y profesores de la Universidad de los Andes: Augusto Espinosa y Aquiles Arrieta. A Aquiles lo conocí como jefe del departamento de ingeniería civil de la Universidad y por su conducto fui invitado a presentarme para trabajar en Áreas limitada.

El día que me dijeron que me presentará en la empresa fui en saco y corbata a una entrevista, como en cualquier otra empresa colombiana. Al llegar a las oficinas, una casa de dos pisos, me hicieron pasar a un salón que tenía mesas y escritorios, cada uno con un teléfono al lado. Quien me abrió, me dirigió a una mesa de dibujo en una esquina y no lo volví a ver. Saludé y nadie respondió. Me senté sin saber qué hacer y a los diez minutos sonó el teléfono; era Aquiles quien me pedía que subiera a su oficina.

Al entrar me saludó y me dijo: “Al fondo de la casa está el laboratorio. Acaban de llegar unas muestras, vaya allá y dígale al técnico que yo lo mandé y clasifique el suelo haciendo los ensayos de límites y tráigame la carta de Casagrande”. Fui e hice lo que me dijo, se lo entregué y me agradeció.

Cuando volví siguió el silencio. Diez minutos más tarde me llamó Augusto y me pidió que fuera a su oficina. Subí, me saludó y me dijo: “En el laboratorio hicieron varias compresiones inconfinadas que no han sido calculadas, calcúlelas y me las trae”. Las llevé a mi puesto y en ese momento alguien del grupo se me acercó con una calculadora programable y me dijo que las haría más rápido con ella. Agradecí, terminé lo pedido, lo llevé y me dio las gracias.

Al rato volvió a sonar el teléfono; era nuevamente Augusto. Fui a su oficina y me dijo: “Listo Manuel, vamos a iniciar un nuevo proyecto de cimentación y necesito que se encargue de los ensayos básicos de clasificación y cuando los tenga se los muestra a Eduardo (el de la calculadora) y con él coordina lo demás”. Bajé a mi puesto y para mi sorpresa todo el mundo se me acercó a saludarme y les dije: “¿Y porque carajos hasta ahora me saludan? Llevó aquí medio día”. Y me dijeron que solo saludaban a los contratados. La decisión era el tercer repique; si no se daba, a las horas uno se aburría y se iba solito, si sonaba, estaba contratado.

Apareció entonces el fantasma que me abrió la puerta que resultó ser el encargado de personal. El pago era por horas sin distinguir diurna, nocturna, dominical, festivo o festivo nocturno, con disponibilidad 24/7. Eso de prestaciones no existía. Era un modelo gringo con salario colombiano. ¿Y por qué seguíamos allí?

Porque no era una empresa era un posgrado. Había cuatro niveles jerárquicos interactuantes: socios, ingenieros de diseño, ingenieros de campo, prediseño y ensayos especiales e ingenieros de base, grupo al que yo entré. Había una biblioteca de Journals de la Sociedad Americana de Ingenieros Civiles donde uno era remitido para profundizar temas específicos. Las horas de estudio eran validadas como horas de trabajo. Trabajaban con los grandes constructores que se demoraban hasta un año para pagar los estudios; eso finalmente los quebró. No pudieron con la Colombia real. 

Ya ambos fallecieron, Augusto el último, y estas notas solo buscan ser un homenaje a uno de los ingenieros modelo de mi vida profesional. Me enseñaron que ser ingeniero es estudio y práctica permanentes. A su memoria, con afectuoso agradecimiento.

 

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