“Ay, el niño. Agárralo”, se escuchaba al otro lado de la orilla. En la mitad de la corriente un hombre negro batallaba para no ser arrastrado por las aguas de uno de los ríos que atraviesa el tapón del Darién, zona selvática en la frontera entre Colombia y Panamá.

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Cruzar aguas enfurecidas es solo uno de los riesgos a los que se enfrentan los migrantes que salen del Chocó y atraviesan la espesa selva de 5.000 kilómetros cuadrados para llegar a Panamá y, después, continuar el periplo hasta tierras norteamericanas en Estados Unidos.

El hombre, aunque acuerpado, fue vencido por la fuerza de la corriente y sus brazos se desprendieron de la única cuerda que servía como seguro para su vida y la de su bebé. “El niño se está ahogando”, grita una mujer. “No, Dios mío”, dice otra mientras la cámara capta como son arrastrados por las aguas del Darién.

La angustia se mantiene por cinco segundos. Un grupo de cuatro migrantes, que ya habían logrado cruzar, se lanzan al agua y lograron llevar al hombre y a su bebé hasta la orilla.

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Uno de los reportes oficiales, conocidos por El COLOMBIANO, indica que solo en junio fueron alrededor de 8.000 los migrantes que cruzaron el tapón del Darién con rumbo a Panamá.

Las nacionalidades de los buscadores del “sueño américano” es variada: las autoridades han registrado venezolanos, haitianos y africanos, pero también hay registros de alemanes, italianos y noruegos.

“La pospandemia generó otro fenómeno: la migración. Los reportes que hay hasta 2019 indicaban que al año cruzaban por el Darién unas 30.000 personas. Este año, cuando ya hay flexibilidades sanitarias, el reporte mensual no baja de las 5.000 personas. La situación económica cambió y las personas salen de sus lugares de origen en busca de mayor estabilidad”, analiza el periodista Juan Arturo Gómez Tobón, experto en temas de migración.

Una vez y el bebé y el hombre tocaron tierra firme, se derrumbaron sobre la playa. Habían tragado agua y minutos después debían reponerse para continuar.

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