La historia del tusi en Medellín es la de una droga pasada de moda, que primero fue ofrecida en el parque Lleras como manjar de élites, y ahora se trafica en cualquier muladar de Niquitao. Esa transición entre el apogeo y desprestigio está teñida de traiciones y asesinatos, como suele ocurrir en el bajo mundo.
La trama cobra pertinencia porque, tal cual han dicho los expertos, la calidad de la sustancia ha sido tan rebajada, que la molécula original ya es inexistente, y los peligros para el consumidor, más que latentes.
Su origen data de 1970 en Europa y el nombre científico del compuesto es 4-bromo-2,5-dimetoxifenil-2-etilamina, comercializado como 2CB, H2CB, B2B, 12-B o nexus.
Fue introducida a Colombia en 2006 por traficantes independientes que la descubrieron en rumbas electrónicas de Alemania y Holanda. Al llegar aquí, en los after partys la llamaron tusi, tusibí o cocaína rosada, por su presentación en polvo.
Pero nada tenía que ver con la cocaína, pues no provenía de la mata de coca ni de sus derivados. Las moléculas que la componían eran tomadas de anfetaminas, para diseñar en laboratorios una sustancia sintética denominada feniletilamina, que al combinarse con otras creaba el tusi.
Este carretazo técnico poco interesaba a los consumidores, ávidos de probar nuevas plataformas para sus “viajes cósmicos”, y fue así como el polvito empezó a rodar por las rumbas de El Poblado, la zona rosa de Envigado, la vereda La Doctora de Sabaneta y la vereda Llanogrande de Rionegro.
El gramo, del cual extraían hasta dos dosis, lo vendían en cifras que iban de $120.000 a $200.000. Los expendedores no eran los jíbaros tradicionales de las plazas de vicio, sino muchachos de familias acaudaladas que importaban de Europa pequeñas cantidades en el equipaje o encomiendas.
Estos jóvenes se autodenominaban “Alejo Tusi”, “Gordo Tusi” o “Negro Tusi”, asumiendo como apodo el estupefaciente que les estaba llenando los bolsillos de dinero.
Las autoridades se percataron de su comercialización en 2007, cuando llegaron tres pacientes intoxicados al hospital San Vicente de Paúl, en Medellín.
La situación tampoco pasó inadvertida para el crimen organizado, que tomó acciones contra aquellos que le estaban inundando su mercado con droga “de contrabando”.
Muerte
El 2 de diciembre de 2013, en el barrio Conquistadores de Medellín, apareció en la cajuela de un carro el cadáver de un expendedor de 29 años apodado Picacho. Tenía una bolsa en la cabeza y múltiples heridas de puñal, y al lado había un letrero manuscrito que decía “vendedor de 12-B”.
Fuentes de inteligencia comentaron en ese entonces que la víctima, al parecer, estaba ofreciendo tusi en discotecas, sin autorización de la organización mafiosa hegemónica: “la Oficina”.
El periodo entre 2014 y 2018 fue el de mayor auge de esta droga, tanto en Medellín como en Colombia. Para extender su mercado, según investigadores judiciales, los narcos patrocinaron las carreras de DJ de varias modelos, y en sus “toques” (conciertos) de reguetón, guaracha y electrónica aprovecharon para vender el estupefaciente. A la publicidad de esta droga contribuyeron artistas del género urbano, que empezaron a mencionarla de forma explícita en sus canciones.
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