Gramalote, 14 años después
Luego de 14 años y la inversión de 488.000 millones de pesos, Gramalote volvió a levantarse entre las montañas de Norte de Santander, esta vez en forma de un nuevo y moderno urbanismo, que abarca 151 kilómetros cuadrados y con el equipamiento necesario para brindar seguridad y calidad de vida a sus habitantes.
El nuevo Gramalote cuenta 984 viviendas y está dotado con nuevas vías, redes de servicios públicos modernos, y un sistema de drenaje subterráneo, además de transporte, salud, educación, y espacios públicos.
Se calcula que unos 6.000 habitantes se encuentran en el remozado asentamiento, muchos de ellos provenientes del antiguo pueblo, otros nuevos residentes, que han arrendado las casas de propietarios beneficiados quienes, en los más de 10 años fuera de terruño, echaron raíces y se establecieron en nuevos lugares.
‘No hay conexión’
A pesar del imponente paisaje, el nuevo Gramalote no ha logrado capturar el gusto de todos los gramaloteros.
Para muchos, este asentamiento, aunque bonito, moderno y organizado, no se siente familiar, “es como estar en un lugar, pero no pertenecer”, expresa Rogelio Hernández, uno de los beneficiarios con casa propia en el nuevo Gramalote, que prefiere seguir habitando en la zona rural del municipio, donde consigue la conexión y el calor de pueblo con el que creció y vivió por años.
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En su opinión, pretender sentir al nuevo Gramalote como el de siempre es difícil y prácticamente imposible. “Son más de 150 años de historia que tenía ese pueblo, había un tejido social sólido que debe empezar a construirse otra vez, es un reto para las nuevas generaciones”, dice Hernández, quien cada tanto pasa por el antiguo casco, para pasearse por el recuerdo y la nostalgia, toda vez que de su casa ya no se ven ni las ruinas.
A diferencia de Rogelio Hernández, para Sonia Manrique volver a Gramalote -a la nueva versión de Gramalote- ha sido una bendición. En medio de su ir y venir tras la tragedia, asegura que atravesó por muchos momentos difíciles, pero desde hace siete años ha recuperado su paz y tranquilidad.
“Estoy muy feliz acá otra vez, tengo a mis hijos conmigo, a mis padres cerca, y a mi viejo pueblo, que visito cada vez que puedo, y me quedo admirada de ver la torre de la iglesia que no se ha querido caer, a pesar de las lluvias y los temblores”, expresa Manrique.
Entre tanto el viejo Gramalote sigue siendo el hogar de una veintena de familias que habitan las pocas casas que resistieron el fenómeno destructor de 2010. Muchos volvieron al poco tiempo, asegurando que en otros lugares no encontraron el sustento que allí sí tienen.
Pero además de residencia de unos pocos, el viejo Gramalote se convirtió en atractivo turístico para propios y extraños, que llegan seducidos por la historia del pueblo que se hundió al pie de la montaña.