La casa de María Silvia Santos se vio repentinamente amenazada por las llamas que se filtraban por el porche desde el lado derecho de la vivienda vecina. Eran las 5:06 minutos de la madrugada del sábado 9 de enero del 2021. A esa hora, en el barrio La Castellana, de Cúcuta, un voraz incendio se propagó por un cortocircuito a unos metros de allí y, sin la mujer saberlo, su casa era la número cuatro en ser alcanzada por el fuego.
María estaba en su habitación en el segundo piso y decidió bajar al primero, cuando se dio cuenta de la amenaza. Allí, sin titubear, decidió enfrentarse al peligro.
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Levantó a una de sus dos mascotas y buscó las llaves del candado que aseguraba el portón. Armándose de valor, abrió la puerta principal y fue recibida, de inmediato, por el humo abrasador y asfixiante.
Ya frente a frente con el fuego, corrió directo hacia la salida, luchando con determinación para abrirla. Fueron 42 angustiosos segundos que las llamas la rodeaban y desde el techo le caía todo lo que se desprendía, pero su única misión era clara: rescatar a salvo a sus dos hijas, su nieta y su otra mascota.
La osada decisión de María Silvia puso a salvo a su familia pero la condenó al deterioro de su salud. Ella fue la última víctima de los seis adultos y tres niños que murieron en esa tragedia de La Castellana.
Hoy, tres años después de aquel fatídico sábado que marcó la ciudad, Yolanda y Carolina Gil Santos, hijas de María Silvia, junto con Sarah Sophia, su nieta, se encuentran sentadas en el mismo porche que aquella vez estuvo envuelto en llamas.
Las tres rememoraron aquel día como si hubiera sido ayer. Aún no consiguen sacudirse de la memoria las imágenes de destrucción con la que despertaron en aquella oportunidad, no ocultan la tristeza, las preguntas sin respuestas y la rabia que les genera tantas negligencias que le arrebataron a su ser querido.
Antes de enfrentar el fuego
Carolina, la menor de las tres hijas de María Silvia, relata con claridad el momento en que despertó. Fue la primera en percatarse de extraños sonidos provenientes del techo, sin sospechar en ese instante que se trataba de un incendio.
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“Todo fue en cuestión de segundos. No nos dio tiempo de reaccionar con inteligencia. Yo oí pasos en el tejado pero solo pensé que era un ladrón. Corrí a despertar a mi mamá y luego a cerrar una ventana en la habitación de mi hermana que estaba con mi sobrina de 11 años. Pero mi mamá de inmediato me dijo que teníamos que bajar al primer piso. Todas nos despertamos asustadas. Corrimos a ponernos zapatos mientras ella ya estaba abajo y desde la ventana vio la candela y nos dijo lo que estaba pasando”, relata Carolina.
La hija recuerda con dolor como vio a su mamá enfrentarse a las llamas a pesar de los gritos desesperados con los que le suplicaban que se devolviera.
“El humo negro corría y nos nublaba. No pensamos en buscar otra salida. Nos abrumaba la idea de que el carro de mi hermana, que estaba en el porche iba a explotar con nosotras adentro de la casa”, recuerda Carolina.
Atravesaron las llamas
Una vez abierto el portón, María Silvia salió con Noah, el perro. Le siguieron Yolanda y la pequeña Sarah y, por último, Carolina, quien llevaba cargada a Poppy, la perra. Las cuatro cruzaron por entre las llamas que las alcanzaron y les produjeron heridas en el brazo derecho y parte de la espalda, pero ninguna de las lesiones se compara con las que padeció María Silvia.
“Lo que le caía a mi mamá del techo era lo que se derretía como una vela y eso la perjudicó. Al salir vimos la realidad de lo que ocurría pero también nos enfrentamos a la desconsideración de los presentes que solo estaban como curiosos”, narra Carolina.
María Silvia empezó a desfallecer en sus fuerzas. Pidió una silla y ahí le vieron la gravedad de sus heridas en las piernas, la espalda y el brazo derecho.
A pesar de eso, le quedaban alientos para decirles a sus hijas y nietas que debían ponerse sábila en las partes afectadas.
Aseguran que hubo negligencia
Cuando el Cuerpo de Bomberos de Cúcuta llegó a las casas de la emergencia de números 0AN-40, 42, 50 y 52 ubicadas en la calle 3N de ese popular sector, comenzaron las irregularidades, según lo señalado por las hermanas sobrevivientes.
“El primer vehículo de Bomberos que llegó no traía agua, quisieron conectarse al hidratante que está en la esquina y no les funcionó. Ahí perdieron tiempo de oro. Mientras tanto, todo explotaba. Es cuestionable que no le hagan mantenimiento a esos hidrantes de agua para que en casos emergencias sirvan y que un carro de Bomberos acuda a atender una emergencia sin las herramientas adecuadas, porque además de no traer agua, tampoco tenía una manguera larga”, son los cuestionamientos que hace Yolanda.
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Sumado a esto, las hermanas Gil Santos aseguran que una ambulancia no quiso trasladar a su mamá de inmediato a un centro médico. “Mi mamá siempre estuvo fuerte hasta el último momento. Pero ella estaba mal, muy mal. Cuando llegó una ambulancia le pedimos el traslado y se negó porque debía esperar autorización de no sé quién”, cuentan en medio del dolor.
Por si fuera poco, la otra barrera con la que se enfrentó esta familia fue la carencia de una unidad de quemados en la ciudad.
“Recuerdo y siento impotencia, porque cuando por fin van a trasladar a mi mamá, la incógnita era ¿para dónde? por la falta de una unidad de quemados. Pero nos equivocamos al llevarla a esa Clínica Norte donde tuvimos un trato inhumano y le realizaron un procedimiento que terminó perjudicándola por las complicaciones de salud que ella padecía”, asegura Carolina.
A mediados de enero de 2021, María Silvia fue trasladada a la Unidad de Quemados del Hospital Simón Bolívar, en Bogotá, pero no resistió y el viernes 5 de febrero, a la una de la mañana falleció, convirtiéndose en la novena y última víctima mortal de este voraz incendio.
“Todos los días me pregunto ¿cómo no nos quedamos adentro? Y es que nuestra casa fue la única que no se quemó por dentro. ¿Cómo no salimos por la ventana del patio?. Tuvimos una cantidad de opciones que no vimos turbadas por el humo y la candela pero si a uno no lo prepararan para un momento como ese, la historia hubiese sido otra y no habríamos perdido a mi mamá”, concluye Carolina.
Mientras tanto, los recuerdos de María Silvia perduraran por siempre en la memoria de su familia. “Somos quienes somos porque ella nos formó. Si volviera a nacer, me encantaría tener la misma mamá”, es el deseo de Yolanda.
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“Mi mamá era una amiga. Yo no vivo en el país y no había día que no hablara con ella. Era una delicia hacerlo porque todos el tiempo era un aprendizaje con ella. No solo hizo una bonita tarea como mamá sino también como ser humano”, añade Carolina.
Las otras víctimas
Esa madrugada de enero, el incendió se originó en la casa #0AN-42, donde vivía arrendada Ana Benilda Becerra y su esposo. Ella no logró sobrevivir, mientras que él sí. Un cortocircuito en la instalación de las luces del pesebre de la pareja ocasionó la tragedia.
Aunque los esposos lograron subir al balcón para salir juntos, ella caminó a la izquierda y él a la derecha.
Ana Benilda quedó sin vida en las escaleras de la casa vecina de número 0AN-40, allí estaban Darwin Albeiro Amaya, su esposa Doris Milena Andrade Álvarez, junto a sus tres hijos menores de edad, además de Luz Estela Amaya Toro, de 51 años, prima de Albeiro.
Luz Estela no logró salir y quedó sin vida en una de las habitaciones de esa casa. Y aunque la familia Andrade Álvarez logró evacuar, el 15 de enero, Doris Milena falleció en Unidad de Quemados del Hospital Simón Bolívar tras haber sido afectada en más de 80% de su cuerpo.
Entre tanto, en la casa que colinda con las hermanas Gil Santos, número 0AN-50, las llamas acabaron con la familia Rangel Páez, quienes fueron hallados en el patio casi que abrazados. Se trató de Nelson Enrique Rangel, su esposa Eliana Mildred Páez Cadena y sus hijos Daniela de 14 años; Nicolás de 11 y Juan de 7.
La pequeña Sarah Sophia, la gran amiga de Nicolás, el segundo hijo de esa familia lo recuerda con lágrimas. “Nicolás era mi amigo y compañero de clase. Habíamos terminado quinto de primaria. Él era una muy buena persona. Yo lo quería mucho. Siempre jugaba con él, hablábamos mucho. Era mi mejor amigo”.
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