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Don Florentino, mi viejo
Ya en los albores de su fructífera existencia le llegó el ineludible momento de su paso final al más allá; eran ya noventa y pico;  se le perdían fechas, horas y días; solo se acordaba de lo que le convenía. 
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Lunes, 19 de Julio de 2021

En su rústico taburete de madera y cuero, recostado contra la pared de su negocio, presenció la gresca en la cantina de enfrente. Era día domingo cuando los campesinos aprovechaban para vender sus productos y comprar viandas para sus familias que los aguardan  allá en lo profundo de la montaña. Algo sobraba para saborear unas cervezas oyendo tonadas llenas de romanticismo  y dejando sobre la mesa furtivas lágrimas de desamor.  Eran las épocas del  aciago bipartidismo; se era liberal o conservador; así lo entendían y lo siguen entendiendo nuestros sufridos y olvidados compatriotas campesinos. Al grito de “viva el partido liberal” selló su sentencia de muerte un inocente campesino por cuenta de una certera puñalada conservadora. 

Pasaron dos semanas y el inocente dueño de la miscelánea fue requerido por el juez del pueblo para que declarara como testigo ocular del asesinato.” Sírvase señor Florentino dueño del negocio que queda enfrente del sitio del insuceso ,declarar si usted conoce este cuchillo como el arma homicida.” No señor juez, lo desconozco”. 

Al cabo de dos semanas el testigo fue llamado nuevamente a declarar en una segunda instancia “Puede usted, y se lo repito una vez más, reconocer este cuchillo usado en el homicidio al frente de su negocio? 

“ Si señor juez lo conozco; Ahhj en qué circunstancias lo conoció? Y por qué lo negó  en la anterior audiencia?”. Si señor juez, es el mismo que me mostró  hace 15 días……..” 

No desperdiciaba oportunidad para hacerle compañía a su compadre Ambrosio en sus correrías musicales por el pueblo y sus aledaños. Ambrosio era músico; don Florentino, sólo su compadre. El acompañamiento se reducía a los aplausos y recibir una que otra prueba del pasante alicorado que le dejaba el compadre, además de los obligados pasabocas que ofrecía el dueño del jolgorio . No demoró el cuerpo en pedirle la urgencia de aliviar su atiborrada capacidad digestiva ; salió con más  urgencia que con la que entró; su avejentada columna no le permitía erguirse. Permanecía agachado sin poder enderezar su rechoncha anatomía . Sus lamentos fueron rápidamente atendidos por su compadre que sabía de dolencias y afines; el diagnóstico no fué difícil: había sujetado un botón de la camisa con un ojal de la bragueta del calzoncillo. Y siguió la rumba. 

Ya en los albores de su fructífera existencia le llegó el ineludible momento de su paso final al más allá; eran ya noventa y pico;  se le perdían fechas, horas y días; solo se acordaba de lo que le convenía. 

El diagnóstico de un cáncer de colon, ni le importó; ya había vivido suficiente y le había cumplido a la vida con 7 hijos todos profesionales y una irrepetible esposa que se le había adelantado varios años atrás y lo esperaba para recorrer de la mano el camino de la eternidad. Lo intranquilizó el dato de una colostomía. Hizo las  preguntas necesarias y recibió con tranquilidad y resignación las respectivas explicaciones. Fue internado para prepararlo con lavativas, dieta de hambre, suero, y etc , etc, etc. El anuncio de los preparativos para el procedimiento se produjo en horas de la noche. Imagino que el viejo en medio de su dignidad, ganada de más de noventa años, no aceptó la “amable” propuesta. Esa misma noche en una gélida madrugada bogotana y lejos de su terruño,  decidió no respirar más. Y murió dignamente. 

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