Por: Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com
Veníamos mencionando el interesante libro del ingeniero Virgilio Durán sobre los aconteceres de la Cúcuta de antes del terremoto y hemos tomado licencia para divulgar algunas menciones que consideramos dignas de reproducir por su interés y por el atractivo que pueda generar entre las nuevas generaciones. En la crónica anterior comenzamos por reseñar algunas de las primeras empresas que hicieron su aparición a mediados del siglo XIX, en especial la Sociedad Anónima Puente de Cúcuta, la primera gran obra de ingeniería que se acometió en la ciudad y de la pionera empresa comercial binacional, constituida por los hermanos Piombino y otros súbditos italianos residentes en Venezuela y en Cúcuta, quienes con gran visión progresista se establecieron en la zona fronteriza de los dos países y desarrollaron su actividad hasta el día de la catástrofe, que marcó el fin de esa y otras muchas empresas.
Así pues, comenzamos esta nueva crónica con otra gran empresa de infraestructura que marcó un hito en la previsión de lo que sería el futuro de las vías en la región, cuya descripción iniciamos en la crónica anterior y que consideramos necesario ampliar algunos detalles de interés que no fueron mencionados por falta de espacio.
Dado el auge que venía en ascenso desde que se logró el anhelado propósito de la independencia, gran parte del comercio internacional se desarrollaba utilizando la ruta del Lago de Maracaibo, preferible a la larga, costosa y demorada vía del río Magdalena, aprovechando además, las ventajas de las casas comerciales extranjeras que se habían establecido en Maracaibo y mantenían estrechas relaciones comerciales, tanto con el viejo continente como con Norteamérica. Esas casas comerciales eran en su mayoría alemanas e italianas, que se expandieron a la Nueva Granada, empezando en Cúcuta y Bucaramanga, constituyéndose en las primeras grandes comercializadoras del país, cuyos mayores negocios giraron en torno a la exportación de café a finales del siglo XIX pero que comenzaron exportando cacao, quina y añil.
La Compañía del Camino de San Buenaventura, de la que iniciamos su reseña en la crónica anterior, debía ser “apto pata el tráfico de recuas, que tenga por lo menos ocho metro de desmonte y dos de piso firme, con todos sus puentes, calzadas, terraplenes y demás obras necesarias para que sea fácil y seguro el tráfico, tanto en la estación lluviosa como en la seca”, según se lee en los primeros artículos del Contrato. La visión de futuro que ya se avizoraba en 1865, fecha de suscripción del Contrato, puede leerse claramente en el artículo 20 que a la letra dice:”…igualmente se reserva el Gobierno el derecho de rescindir el presente contrato en el caso de que durante la permanencia en él, se presentare alguna propuesta para la construcción de un ferrocarril sobre la misma vía, y fuere aceptada, en cuyo caso el empresario del camino carretero será indemnizado por los daños y perjuicios que le ocasione la rescisión del contrato”..
Compañía de Telégrafo Cúcuta
El telégrafo venía evolucionando técnicamente en el mundo, desde 1804, pero fue Samuel Morse quien produjo el primer modelo verdaderamente práctico, de manera que logró, en 1843, que el Congreso de los Estados Unidos aprobara y financiara la construcción de la primera línea telegráfica. En Colombia, en mayo de 1865, tras el éxito del telégrafo en Panamá, el gobierno convino crear la Compañía Colombiana de Telégrafo y en noviembre de ese mismo año, se inauguró la primera línea telegráfica entre Bogotá y Funza, extendiéndose paulatinamente hasta Facatativá y luego a Honda y Ambalema.
Fue tal el interés en desarrollar proyectos de conexión que el gobierno tuvo que promulgar la primera disposición sobre telecomunicaciones para regular el servicio, el decreto del 20 de agosto 1869. Mientras esto sucedía en el país, en Cúcuta se había constituido, el 2 de enero de 1869, la Compañía del Telégrafo de Cúcuta. La empresa estaba conformada íntegramente por accionistas cucuteños así, Felipe Arocha, Joaquín Estrada, Jaime Fossi, Foción Soto, Juan N. González Vásquez, Carlos Luis Berti y Felipe Romero quienes firmaron la escritura de constitución ante el Notario Público del Circuito de Cúcuta, Manuel Salvador Bermúdez. El objeto social quedó claramente definido en el artículo primero, “la Compañía del Telégrafo de Cúcuta, tiene por objeto la construcción y mantenimiento de una línea telegráfica que ponga en comunicación esta villa con la de San Antonio del Táchira, la dirección general de la Compañía estará en San José de Cúcuta”. El capital social con que empezó a funcionar fue de un mil pesos, distribuido en 100 acciones de $10 cada una. Las acciones fueron expedidas al portador, de manera que no se conocía la participación individual, puesto que se podían intercambiar mediante simple endoso. En lo referente a la fijación de las tarifas, la misma escritura estipulaba “que en las sesiones ordinarias, la Compañía fijará el máximum de la tarifa que deba cobrarse por cada despacho que se emita de esta ciudad a la de San Antonio del Táchira o viceversa, cuya tarifa la hará publicar por la imprenta o fijándola en la puerta de la oficina. Toda alteración que por cualquier motivo haya de sufrir dicha tarifa se hará conocer al público con la debida anticipación”. Con el advenimiento del teléfono, los telégrafos fueron perdiendo preponderancia en las comunicaciones; posteriormente, nacionalizados y a finales del siglo XX, prácticamente desaparecieron del panorama.
La Fábrica de fósforos Cúcuta.
El fuego fue considerado desde los tiempos más remoto un regalo de los dioses. Cuando el hombre, por fin logró dominarlo, aparecieron las empresas fabricantes de fósforos y de éstas, la primera de que tengamos noticia, se creó en la ciudad, el 7 de enero de 1868, por asociación que hicieran Rafael Rincones, Juan A. Boza y Gabriel Pérez Fabelo, cuando firmaron la respectiva escritura de constitución en la Notaria Primera de Cúcuta. El promotor de tan sofistica empresa había sido don Gabriel Pérez, quien habitaba por los lados del Teatro Guzmán, cuando aún le había sido adicionado el ‘Berti’ (ver foto). Don Gabriel era uno de ellos personajes multioficios, hacía de todo, era fotógrafo, relojero, calígrafo y en especial ‘polvorero’, conocimiento que había aprovechado para lanzar la idea de la fabricación ‘fosforera’. Poco tiempo antes del terremoto, por causas que no fueron establecidas, se produjo un incendio que redujo a cenizas la planta. Algunos chismosos de la época, dijeron que había sido castigo divino por un trabajo realizado, con anterioridad, para unos hermanos masones, los cuales le pidieron que grabara el rostro del papa Pío IX en el fondo de unas bacinillas. Sus amigos le aconsejaron que no lo hiciera pues ¡¡con Dios no se juega!! y esa fue la consecuencia.