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Tampoco en esta oportunidad fue posible que el periódico me enviara a Cartagena a cubrir las reinas. O mejor, a cubrir periodísticamente el reinado nacional de la belleza. Valga la aclaración, para que nadie se llame a engaño. Anteriormente, cuando yo pedía que me dieran la oportunidad de llegar al Cartagena Hilton, a todo taco, untarme de beldades y escribir crónicas desde la cama (¡por favor, me trae un alkaseltzer, aguapanela bien fría, el desayuno y un portátil a la 905!), el director me respondía: “Qué vaina, ya mandamos a Bruno”. Cuando Bruno se fue a cubrir reinados celestiales, me dije: ¡ahora sí, Gustavo, aliste la maleta, y ocho días por cuenta del tanque! ¡Qué va! Ahora me dicen: “No es necesario, para eso está Colprensa”. De modo que nunca pude ir a cubrir reinas (descubrirlas, ni modo) en Cartagena, y moriré con las ganas, a menos que un día de estos me gane el balotazo y ahí sí, a desquitarnos de la vida, sin tener que pedirle cacao a nadie.
Mi afición por las reinas, no es de ahora. Alguna vez, siendo acólito en mi pueblo, el cura organizó un reinado para terminar la construcción de la Iglesia. Los candidatos eran excepcionales: El Sagrado Corazón de Jesús y la Virgen María. Me alisté en el comité de la Virgen porque, además de ser devoto de la Virgen, allí estaban las Hijas de María, que eran todas las muchachas del pueblo. Lógicamente hizo más plata el Sagrado Corazón (el que manda, manda), los de las vírgenes perdimos el reinado, pero quedé afiebrado, desde entonces, a las reinas.
Años más tarde, cuando estudiaba en el Instituto Piloto de Pamplona, hubo un reinado con candidatas de las diferentes especialidades que allí había. Formé parte del equipo de Elvira 1ª., candidata de los normalistas, con quien hicimos una campaña apasionada. Perdimos, pero yo resulté con novia.
Después, siendo maestro de escuela en Las Mercedes, organizamos con el párroco de entonces, César Julio Contreras, y con los notables del pueblo, un reinado para reunir fondos con destino a la campaña de creación del municipio de Las Mercedes. Las candidatas eran Nerys Gómez, que después resultó ennoviada con su edecán, Luis Jesús Prada, y ahora forman un bonito hogar, y Fidelina Melo, una linda mercedeña, excelente representante de la raza motilona. Perdió mi candidata y perdimos el impulso que llevábamos del municipio, porque Sardinata movió sus palancas para no permitir que nos independizáramos.
Cuando el reinado de la belleza nortesantandereana era en Chinácota, yo no me perdía reinado. ¡Ah, fiestas aquellas! Desfiles, bailes, comparsas. Y reinas al alcance de la mano.
Debo reconocer que no siempre mi candidata favorita es la ganadora. Por lo general, mi concepto clásico de la belleza difiere del concepto de los jurados. Los 90-60-90 que ellos miden, yo los puedo ampliar a 120, 80 y 140. Todos los años, en el reinado nacional, le hago fuerza a nuestra candidata, la del Norte, y jamás ganamos. Leonor Duplat Sanjuán ha sido la única reina que hemos tenido. Tal vez por los versos del poeta-gobernador de entonces, Eduardo Cote Lamus. Y éste es un aspecto que debieran tener en cuenta los electores: el día que tengamos de gobernador a otro poeta de la calidad de Cote Lamus, volveremos a tener reina. Porque definitivamente es un hecho que la belleza y la poesía (poetas y reinas) debieran andar siempre de la mano, como la luz y el sol, como el agua y el viento, según una canción colombiana.
Mi afición por las reinas, no es de ahora. Alguna vez, siendo acólito en mi pueblo, el cura organizó un reinado para terminar la construcción de la Iglesia. Los candidatos eran excepcionales: El Sagrado Corazón de Jesús y la Virgen María. Me alisté en el comité de la Virgen porque, además de ser devoto de la Virgen, allí estaban las Hijas de María, que eran todas las muchachas del pueblo. Lógicamente hizo más plata el Sagrado Corazón (el que manda, manda), los de las vírgenes perdimos el reinado, pero quedé afiebrado, desde entonces, a las reinas.
Años más tarde, cuando estudiaba en el Instituto Piloto de Pamplona, hubo un reinado con candidatas de las diferentes especialidades que allí había. Formé parte del equipo de Elvira 1ª., candidata de los normalistas, con quien hicimos una campaña apasionada. Perdimos, pero yo resulté con novia.
Después, siendo maestro de escuela en Las Mercedes, organizamos con el párroco de entonces, César Julio Contreras, y con los notables del pueblo, un reinado para reunir fondos con destino a la campaña de creación del municipio de Las Mercedes. Las candidatas eran Nerys Gómez, que después resultó ennoviada con su edecán, Luis Jesús Prada, y ahora forman un bonito hogar, y Fidelina Melo, una linda mercedeña, excelente representante de la raza motilona. Perdió mi candidata y perdimos el impulso que llevábamos del municipio, porque Sardinata movió sus palancas para no permitir que nos independizáramos.
Cuando el reinado de la belleza nortesantandereana era en Chinácota, yo no me perdía reinado. ¡Ah, fiestas aquellas! Desfiles, bailes, comparsas. Y reinas al alcance de la mano.
Debo reconocer que no siempre mi candidata favorita es la ganadora. Por lo general, mi concepto clásico de la belleza difiere del concepto de los jurados. Los 90-60-90 que ellos miden, yo los puedo ampliar a 120, 80 y 140. Todos los años, en el reinado nacional, le hago fuerza a nuestra candidata, la del Norte, y jamás ganamos. Leonor Duplat Sanjuán ha sido la única reina que hemos tenido. Tal vez por los versos del poeta-gobernador de entonces, Eduardo Cote Lamus. Y éste es un aspecto que debieran tener en cuenta los electores: el día que tengamos de gobernador a otro poeta de la calidad de Cote Lamus, volveremos a tener reina. Porque definitivamente es un hecho que la belleza y la poesía (poetas y reinas) debieran andar siempre de la mano, como la luz y el sol, como el agua y el viento, según una canción colombiana.