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Carmen García, nominada a Mujer Cafam por su tarea con las madres del Catatumbo
En el 2019 conformó la Asociación de Madres del Catatumbo por la Paz y su consigna es "no parir más hijos para la guerra".
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Celmira Figueroa
Celmira Figueroa
Miércoles, 21 de Febrero de 2024

Carmen Elena García nació en La Gabarra, pero sus primeros años los pasó en las veredas Vetas de Oriente y La India, al lado de su mamá y abuelos. Fue una niñez tranquila, en donde los únicos disparos que escuchaba eran los de escopeta cuando salía a cazar animales.

Al regresar a su natal pueblo fue sorprendida por un ataque aéreo y junto a su corta familia le tocó refugiarse. Apenas tenía trece años. Ignoraba todo, incluso “hasta que las balas mataban”.


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Pero sus quince años quedaron empañados por la primera masacre paramilitar en el kilómetro 16. Era 29 de mayo de 1999. Sin embargo, continuó con su rutina trabajando en ‘El Festín’, una fuente de soda, donde llegaba todo el mundo. Recuerda que el 21 de agosto, tres meses después, se asustó con el sonido de unos disparos y miró al frente y estaban  dos hermanos mal heridos que se abrazaban y morían lentamente.

De inmediato recogí lo del negocio y al momento de ir a colgar el trapero en la parte de atrás se fue la luz y empezó a escuchar ráfagas, lamento y muchos gritos. Su prima, que trabajaba al lado, llegó y las dos se tiraron al suelo. La mesera salió despavorida y nunca supo qué pasó con ella.

 Las autoridades reportaron días después que 150 paramilitares provocaron el apagón y entraron a bares y lugares de diversión aprovechando que era sábado y muchos bajaban de las veredas a divertirse. Se contabilizaron 35 muer tos, sin embargo, varios cuerpos fueron desmembrados y lanzados a los ríos Táchira, Catatumbo y Zulia.

 

Carmen García, del Catatumbo, nominada a Mujer Cafam Norte

Al día siguiente, a las 7:00 de la mañana Carmen Elena García salió del negocio con su prima y en la reja estaba colgando una persona muerta. “Desde ese día empezó mi calvario”. Buscó a la familia de su novio y se desplazó a Cúcuta. Esperó que todo se calmara para regresar al Catatumbo.

Tres años después, acompañada de su novio, que se había convertido en el papá de sus cuatro hijos, llegó a trabajar en lo único que sabía. Y todas esas vivencias la impulsaron a liderar un movimiento para que no desaparecieran a las mujeres que trabajaban en sitios nocturnos. “Ellos las subían en un camioneta que decía: la última lágrima y nunca más se sabía de ellas.

Quedaban niños huérfanos”. Entonces provocó un paro de tres días y el mismo Mancuso fue hasta La Gabarra. En otra ocasión que no dejaban pasar el cajón de un muerto se subió en el ataúd, en son de protesta.

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Después se inició la persecución.  “Subí a una canoa para huir, con uno de mis hijos, y otra canoa nos chocó para provocar mi muerte. Perdí a uno de mis hijos porque estaba embarazada de mellizos y quedé malherida. Nos refugiamos en Yondó, Antioquia, desde el 2003 hasta el 2006. Y regresamos a Cúcuta en el 2008. Mi esposo le tocó ir en busca de unos papeles de mis hijos para meterlos en Familia en Acción y lo llamaron para que fuera a La Laguna. Alquiló una moto y en el camino lo asesinaron. Después dieron la orden para que me asesinaran a mi”.

 

Carmen García, del Catatumbo, nominada a Mujer Cafam Norte

Pero aquí en Cúcuta formó la Asociación de Madres del Catatumbo por la Paz con el único propósito de arrancar de las fauces de los grupos armados a los niños para que tengan un mejor futuro que el que ella y sus hijos han tenido.

El lema es “No vamos a parir más hijos para la guerra” y en un refugio alberga a 400 jóvenes y 40 niños recuperados de los  grupos armados  y también ha buscado apoyo interdisciplinario para hacerle la vida más llevadera a esos pequeños.

Esa titánica labor que emprendió en defensa de las madres y de los hijos del Catatumbo, desde 2019, le merecieron la nominación a Mujer Cafam Norte de Santander. Competirá a nivel nacional mediante votación virtual y el premio se entregará en marzo, el Día de la Mujer. 

Carmen Elena García no sabía leer y aprendió de la mano de Pablo Pimiento, quien también le está enseñando a escribir. 

Sus ojos se iluminan, ahora, por el refugio que ha podido sostener vendiendo ropa en todas las veredas de La Gabarra, de ese mismo corregimiento de donde huyó de las garras de la guerra. 
También ha salido ilesa de  varios atentados, pero no se rinde porque considera que la vida es bella.


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