Los habitantes de la invasión San Francisco II, en la ciudadela Juan Atalaya, se levantaron ayer con una escena macabra: Daniel Eduardo Páez Lizarazo, conocido como ‘El Menor’, fue asesinado de un disparo en la cabeza, a las 5:00 de la madrugada, en este sector rodeado por ‘ollas’ o sitios de expendio de drogas.
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La detonación de un disparo alertó a algunos residentes de la zona del hecho, pero se abstuvieron de salir de sus casas en ese momento para percatarse de lo que había pasado. Minutos después, cuando todo quedó en silencio, algunas personas salieron de sus humildes viviendas y así encontraron tendido el cadáver de Páez.
Aunque de inmediato avisaron a la Policía Metropolitana de Cúcuta sobre el hecho, los uniformados conformaron un dispositivo especial junto con unidades del Grupo de Operaciones Especiales (Goes), para garantizar la seguridad en la zona.
Asimismo, miembros de la Brigada Interinstitucional de Homicidios (Brinho) se encargaron de la inspección y el levantamiento del cadáver, que finalmente fue trasladado a las 7:50 de la mañana, al Instituto de Medicina Legal.
La familia
Un familiar de ‘El Menor’, recordó que a las 6:00 de la mañana lo empezaron a llamar a su celular para darle la noticia del asesinato, pero aunque no alcanzó a contestar, se percató del hecho violento cuando vio pasar a varias patrullas de la Policía por el frente de su casa.
Los dolientes de Páez Lizarazo, de 21 años, les pidieron a las autoridades que investiguen de manera exhaustiva este hecho de sangre para que capturen a los responsables de este hecho.
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Las drogas
Los familiares también lamentaron que su ser querido, desde muy temprana edad, consumiera drogas, por lo que últimamente pasaba varios días en la calle y se acercaba a su casa solo a pedir comida.
Recordaron que insistentemente le pidieron a Daniel Eduardo que se sometiera a un proceso de rehabilitación, pero él nunca aceptó.
Sin embargo, a pesar de su adicción a las drogas, Páez se caracterizaba por ser una persona amable y por buscarle una sonrisa a cada situación.
Precisamente, los residentes de esta invasión han tenido que acostumbrarse a vivir entre el miedo, pues los expendedores de drogas se pasean tranquilamente e intimidan a los habitantes de este lugar.
“Acá no es un secreto para nadie que hay lugares de expendio (‘ollas’) y que las personas que venden droga se pasean tranquilamente por esta zona y nadie los denuncia por temor a que les hagan algún daño”, explicó un vecino del lugar.
Asimismo, aseguró que las autoridades no patrullan ese sector por temor a que en cualquier parte del trayecto las ataquen, por lo que los delincuentes tienen rienda suelta para hacer de las suyas.
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