De la casualidad, a la minería
Wilmer Ipuana, otra de las víctimas, natural de Uribia (La Guajira), llegó a Cúcuta hace al menos siete años, cuando su hermano, que ya estaba radicado en la capital de Norte de Santander, lo convenció de venir a trabajar en construcción con él.
Durante un tiempo trabajó como albañíl, después decidió trabajar como vendedor en una ferretería y fue justo ahí, donde el destino le abrió la puerta para ingresar a la minería.
Wilmer conoció a un ingeniero de una mina ubicada en San Faustino que siempre llegaba a comprar los materiales en la ferretería en la que él trabajaba. Sin dudarlo, aceptó labarar con el ingeniero.
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“Él empezó a aprender, pero cuando se dio cuenta de que los mineros ganaban mucho mejor, de inmediato empezó a trabajar en las minas y no hubo poder humano que lo sacara de eso”, recordó el hermano del ‘Guajiro’, como le decían de cariño, mientras esperaba que les entregaran el cadáver, que fue rescatado de La Mestiza desde la tarde del viernes.
El tatuaje que tenía en el antebrazo, con el nombre de “Yuli”, su esposa, fue fundamental para identificar el cadáver de Wilmer.
Ipuana, de 28 años, será recordado por ser un hombre noble, humilde y trabajador.
Los familiares de Ernesto Ramírez Rolón, otro de los mineros que murió en La Mestiza, aseguraron que el hombre de 40 años dejó dos hijas menores de edad. Durante los últimos cuatro años trabajó en la mina.
Ramírez era el mayor de cinco hermanos y siempre estuvo dedicado a su trabajo y a compartir con su familia.
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