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Recuerdan ustedes, amigos lectores, ¿qué día es hoy? ¿Y cuál es el santo del día? Por siaca, lo voy a recordar: Hoy, 19 de marzo, es el día de San José, patrono de esta noble y valerosa ciudad y de nuestra diócesis.
Pero últimamente le han acomodado al pobre José otro patronato: el del hombre. La fiesta no ha pegado mucho, por la sencilla razón de que las mujeres aún no tienen la cultura de la celebración metiéndose la mano a la falda. Donde haya que gastar, las mujeres prefieren no estar. De modo que nadie nos celebra el día de los varones.
La verdad es que la sociedad ha sido injusta con el hombre. El día de la Mujer se celebra con pompa, digna de mejor causa. Para el hombre, nada. Hasta hace poco, en las escuelas sólo se celebraba el día de la Madre. Afortunadamente se corrigió semejante exabrupto, el de creer que los hijos llegan sólo por acción de la madre.
A las mujeres les festejan los 15 años. Por pobre que sea la familia, los 15 de la niña se celebran a todo taco. A los hombres ni los 15, ni los 20, ni los 50.
El grado de la hija merece foto en el periódico, vestido de gala y fiesta en el club o por lo menos en el salón comunal. Se gradúa el varoncito, y no hay fiesta, ni club, ni vestido para estrenar. A lo sumo le pagan el alquiler de un traje.
A las mujeres les dan serenata, en tanto que a los hombres les dan cantaleta.
A las mujeres les mandan ramos de flores. A los hombres les mandan las cuentas para que paguen.
De las mujeres hay reinados de belleza. Entre los hombres seleccionan al más feo.
Pero lo más grave resulta cuando vemos que semejante discriminación no se da solamente en la tierra. También en el cielo se peca de feminismo: Allá hay once mil vírgenes. En cambio, nadie se ha puesto a contar a los santos varones. Para ellos hay apenas un señalamiento común y corriente: Todos los santos.
Todo para las hembras. Nada para los de pelo en pecho. Ah, pero las grandes responsabilidades sí se las dejan a los hombres. En la iglesia católica, por ejemplo, el Papa es hombre. No volvió a haber papisas. En Colombia no hemos tenido presidentas de la República. Como quien dice, lo ancho para ellas. Lo angosto para nosotros.
El asunto tocó fondo y llegó hasta las celebraciones. Al no haber en el calendario un día especial para el hombre, a alguien se le ocurrió colgarle la tarea al pobre José, que bastante tiene ya con los patronatos que le toca regentar. Y eso, a pesar de los años.
Seguramente se le quiere rendir homenaje al carpintero de Nazareth, por las agallas que tuvo para fijarse en la chica más bella de la comarca, la sin par María, que era llena de gracia, es decir, muy chistosa.
Los papás de María, Joaquín y Ana, quizás eran unos viejitos cascarrabias, que no veían con muy buenos ojos las pretensiones del carpintero, ya mayor, calvo y canoso, hacia la jovencita, que estaba empezando a vivir.
Pero pudieron más la constancia y la experiencia del hombre, y la ayuda de arriba, desde donde enviaban recados con un tal Gabriel, que llevaba razones a domicilio.
A ese hombre camellador, a pesar de que no tenía camellos sino una burrita; A ese esposo ejemplar y callado, humilde y buena persona; A ese padre, que le tocó saltar matones para salvar a su hijo de los matones del régimen, hoy se le rinde pleitesía y en su nombre a todos los hombres del planeta tierra. Feliz día, colegas, aunque a nosotros mismos nos toque pagarnos el almuercito.
Pero últimamente le han acomodado al pobre José otro patronato: el del hombre. La fiesta no ha pegado mucho, por la sencilla razón de que las mujeres aún no tienen la cultura de la celebración metiéndose la mano a la falda. Donde haya que gastar, las mujeres prefieren no estar. De modo que nadie nos celebra el día de los varones.
La verdad es que la sociedad ha sido injusta con el hombre. El día de la Mujer se celebra con pompa, digna de mejor causa. Para el hombre, nada. Hasta hace poco, en las escuelas sólo se celebraba el día de la Madre. Afortunadamente se corrigió semejante exabrupto, el de creer que los hijos llegan sólo por acción de la madre.
A las mujeres les festejan los 15 años. Por pobre que sea la familia, los 15 de la niña se celebran a todo taco. A los hombres ni los 15, ni los 20, ni los 50.
El grado de la hija merece foto en el periódico, vestido de gala y fiesta en el club o por lo menos en el salón comunal. Se gradúa el varoncito, y no hay fiesta, ni club, ni vestido para estrenar. A lo sumo le pagan el alquiler de un traje.
A las mujeres les dan serenata, en tanto que a los hombres les dan cantaleta.
A las mujeres les mandan ramos de flores. A los hombres les mandan las cuentas para que paguen.
De las mujeres hay reinados de belleza. Entre los hombres seleccionan al más feo.
Pero lo más grave resulta cuando vemos que semejante discriminación no se da solamente en la tierra. También en el cielo se peca de feminismo: Allá hay once mil vírgenes. En cambio, nadie se ha puesto a contar a los santos varones. Para ellos hay apenas un señalamiento común y corriente: Todos los santos.
Todo para las hembras. Nada para los de pelo en pecho. Ah, pero las grandes responsabilidades sí se las dejan a los hombres. En la iglesia católica, por ejemplo, el Papa es hombre. No volvió a haber papisas. En Colombia no hemos tenido presidentas de la República. Como quien dice, lo ancho para ellas. Lo angosto para nosotros.
El asunto tocó fondo y llegó hasta las celebraciones. Al no haber en el calendario un día especial para el hombre, a alguien se le ocurrió colgarle la tarea al pobre José, que bastante tiene ya con los patronatos que le toca regentar. Y eso, a pesar de los años.
Seguramente se le quiere rendir homenaje al carpintero de Nazareth, por las agallas que tuvo para fijarse en la chica más bella de la comarca, la sin par María, que era llena de gracia, es decir, muy chistosa.
Los papás de María, Joaquín y Ana, quizás eran unos viejitos cascarrabias, que no veían con muy buenos ojos las pretensiones del carpintero, ya mayor, calvo y canoso, hacia la jovencita, que estaba empezando a vivir.
Pero pudieron más la constancia y la experiencia del hombre, y la ayuda de arriba, desde donde enviaban recados con un tal Gabriel, que llevaba razones a domicilio.
A ese hombre camellador, a pesar de que no tenía camellos sino una burrita; A ese esposo ejemplar y callado, humilde y buena persona; A ese padre, que le tocó saltar matones para salvar a su hijo de los matones del régimen, hoy se le rinde pleitesía y en su nombre a todos los hombres del planeta tierra. Feliz día, colegas, aunque a nosotros mismos nos toque pagarnos el almuercito.