El ejercicio de escribir y de pensar es inherente a Guillermo Maldonado Pérez. Es su situación o una condición para él gozosa. Nació en Pamplona y allí mismo hizo el camino hacia el conocimiento, encontró en la actividad literaria una especie de clave existencial y en ese escenario creció.
Es autor de libros en diversos géneros y adicionalmente le dedica tiempo a la creación pictórica. Ha sido merecedor del Premio Casa de las Américas de Cuba y de otros galardones.
La revista francesa Les Tamps Modernes, de Jean Paul Sartre, publicó uno de sus cuentos.
En esta entrevista con La Opinión, Maldonado analiza la situación actual de la cultura en Colombia y en Norte de Santander.
(Sus obras reflejan un arte conceptual poético.)
¿En cuáles nuevos proyectos literarios está trabajando?
En word tengo una baraja de escritos - narrativa, poesía, diversos relatos, situaciones, personajes, varios tiempos, etc.- que extiendo en la pantalla y luego de tomarme un café, abro uno de estos textos, escogido al dictado del momento; lo trabajo hasta que el impulso se agota, cosa que suele suceder pronto; entonces paso a otro texto elegido por la voz interior y así sucesivamente doy vuelta a todos. Tal vez sea como visitar casas de distintos amigos, según se elija cada día, sin olvidar ninguno y con igual interés. Así estoy en la escritura de varios textos breves. Corrijo una novela corta, termino un libro de cuentos que tiene por título El pintor de las monjas muertas y otras relatos, y escribí el guion de una película que proyectamos hacer con Henry Laguado, director del Festival de Cine de Bogotá.
¿De sus obras escritas qué balance hace?
La escritura, la literatura, está inscrita en el vivir, es inseparable de la vida y como tal lo tomo. No hay sentido de ganancia o pérdida, triunfo o fracaso. Es algo de pensamiento y sentimiento que está siempre presente, en un ámbito interior poblado de literatura; funciona como respirar, recibir aire y proyectarlo para vivir.
No entiendo la escritura como profesión, a no ser que vivir pueda ser profesión. Pero es que la actividad del escribir no se reduce al acto explícito de hacerlo. Se vive en estado de escritura permanente, en la lectura, en el ocio, despierto o en el sueño. Mirar el techo, por ejemplo, como signo de inactividad total, es, en cambio, esencial para el escritor, pues de allí provienen sus fuentes principales.
Hay admirables escritores disciplinados que trabajan cierto número de horas todos los días, y a este ritmo publican una novela anual; algunos de ellos son jóvenes, y con el paso de los años llegarán a sumar cincuenta o más libros, escritos a base de trabajo y oficio, y mantener un mercado. No me interesa.
Me daría vergüenza publicar tantos libros. Con unos pocos, verdaderos, me sentiría satisfecho. Una cantidad numerosa de obras no me interesa sino en Balzac; él escribió noventa y tantas novelas, en cuarentena permanente a causa de los acreedores, todas obras geniales.
¿Cómo ve los nuevos desarrollos de la literatura en Colombia?
Los colombianos casi todos somos escritores. (Cada vez más, lo que es muy bueno). La prueba de ello es que no hay entre nosotros nadie que desate más envidia que un escritor; ni siquiera un médico, un abogado, un ingeniero, etc.; ni un rico que podría ser, este sí, objeto de envidia. Los pocos que no escriben en el país son los Presidentes, los ministros, los gobernadores, los alcaldes, los políticos, que no tiene tiempo; debe ser por esto que en sus cargos son tan deficientes.
(Maldonado ha presentado sus exposiciones en el Museo Norte de Santander y Ciudad de Cúcuta.)
Empiezan a escribir cuando se pensionan, después de veinte años de estar dedicados a hacer plata. Es un fenómeno que podría identificar a Colombia más que sus rasgos o elementos folclóricos tradicionales. ¡Un país de veinte millones de escritores! Muy chévere escribir, eso está bien. Lo que ocurre es que una cosa es escribir, querer escribir – magnífico, repito- y otra ser escritor. Esto es más difícil, requiere de otras condiciones.
Hay un autor que dice: “Allí se quedó, avergonzado por el error de haber creído que es posible arrancar siquiera una hoja del laurel del arte sin pagar por ello con su vida”. Para mí en literatura colombiana actual las voces que parecen irrumpir con mayor fuerza pertenecen a escritoras jóvenes. Yo he leído a Carolina Sanín Paz, que me parece una escritora estupenda, además intelectual de alto vuelo; creo que en ella está lo mejor de las letras colombianas actuales. Su literatura es sofisticada, de alta calidad, pero ha penetrado en el lector medio colombiano, y su nombre traspasó fronteras.
¿Y de la cultura colombina, en general, qué percepción tiene?
Es un tema vasto y complejo. Pero la percepción es la misma que se puede tener del país en todos los campos; y la cultura, entendida como suma de todas las expresiones artísticas, históricas, científicas, de pensamiento, creación, memoria, etc., sobrevive, acorralada, manteniendo sobre sus hombros el peso del país, de todos sus tiempos, pasado, presente, futuro. Algo muy difícil. Con el agravante que en Colombia los políticos son muy incultos, incluso los de mejores ideas; así, a la cultura le ha correspondido auto propiciarse, tarea que colinda con lo casi imposible.
¿Con respecto a Norte Santander cuál es su visión sobre esos mismos temas?
Igual, es una situación nacional. En provincia hay un peligro adicional, que es la pérdida de las proporciones. Allí ve uno todo como muy grande. Es como un estiramiento ilusorio del espacio y las cosas, de los edificios, las calles, los puentes, las avenidas. Pero no hay tal; es necesario sacar la cabeza, mirar más allá del entorno, de las montañas, y asimilar un sentido más real, más proporcional. No implica irse, basta con ser consciente de ello, que es lo mismo que tenerlo claro y actuar en consecuencia. De lo contrario todo puede terminar en una borrachera de egos, de auto elogios y pedantería estéril.
¿Hasta dónde llegó su incursión en la pintura?
Hasta un cáncer de pulmón que me produjo, en buena medida, el manejo de materiales volátiles y tóxicos de las pinturas durante veinte años. Pero fue justamente esta misma actividad – y la lobectomía- que me proporcionó los elementos psíquicos y espirituales necesarios para superar la enfermedad, y la fuerza requerida para conseguirlo. Sigo pensando y actuando en las artes visuales, campo que ofrece muchas posibilidades placenteras y expresivas.
¿Le ha interesado el debate político en su ejercicio de intelectual?
En Colombia, generación tras generación, desde pequeños, hemos crecido oyendo a los mayores, padres, tíos, parientes, etc., hablando de política, mañana tarde y noche, desde hace doscientos años; “arreglando el país” o destruyéndolo. Pero en este hablar, pensar, dialogar, decidir, las generaciones se jugaron la vida. Somos políticos desde el nacimiento. Luego del bipartidismo, que era lo que se conocía como política, vinieron los años sesenta y sus acontecimientos que ampliaron el espectro y aportaron dimensiones más universales de pensamiento filosófico y político. Dentro de esta concepción la política hace parte de la preocupación general y del debate intelectual.
¿Qué le preocupa de Colombia?
La destrucción de todo lo que se había ganado en progreso y democracia durante cien años; se había dado una realidad progresista, iniciada por el presidente López Pumarejo, hasta el presidente Lleras Restrepo y Barco, un poco Santos; una línea liberal de gobiernos demócratas que trazaron pasos sociales y políticos de avanzada; siempre contra los sectores más retardatarios de la sociedad, que se han opuesto a como dé lugar a todo signo de cambio o progreso; han tratado de impedir toda forma de modernidad y de progreso en el país, y esto desde la Independencia.
El pueblo, ignaro, se ha plegado a estas políticas, sin entenderlas. Lo han dominado con el “coco” y la compra de sus conciencias, a través de una politiquería de avivatos, tipo Pedro Rimales, el avivato del folclor que se institucionalizó hace años como paradigma de inteligencia y viveza popular, y en realidad era un truhan, un estafador. En los últimos años el país, paulatinamente, ha llegado a la destrucción institucional.