Los Caobos, en la comuna 2 de la ciudad, se ha caracterizado durante años por su alto componente residencial y por su representación financiera, al albergar centros comerciales, tiendas por departamento, hoteles, clínicas y restaurantes de amplia trayectoria.
Un elemento distintivo en su reparto territorial, es que da forma a un triángulo, algo que se refleja en la organización de algunas calles. Va desde el puente Elías M. Soto, toma la calle 10 con Avenida Cero y llega hasta el puente Francisco Paula Andrade.
Gloria Sandoval, habitante del barrio, contó que sus padres comenzaron a edificar su casa en 1965, cuando Los Caobos aún no se había oficializado como barrio. En aquellos tiempos de impecable calma, el progreso del sector se hizo evidente en su transición a barrio residencial.
“Era el hogar de las personas privilegiadas económicamente. Aquí vivieron familias que, con su trabajo honesto, lograron hacer bellísimas casas de mínimo 450 metros cuadrados. La gente se sentaba por las tardes en sus porches, había camaradería y todos los que vivíamos aquí nos conocíamos”, relató Sandoval.
Fue hasta hace 18 años que el auge comercial se disparó con la desfiguración del “modus vivendi”. El ingreso de nuevas personas a Los Caobos ya no era con fines residenciales, sino económicos.
Asedio al espacio público
Sin embargo, así como llegaron bares y restaurantes, también arribaron otro tipo de comercios.
“En las horas del día no solo se ven actividades comerciales que pagan impuestos, también ventas informales y de invasores que han ocasionado infinidad de problemas a residentes, transeúntes y peatones”, agregó Sandoval.
Además, manifestó que detrás de la llegada de otro tipo de entidades prestadoras de servicios, como IPS, EPS y oenegés, también comenzaron malestares de espacio público con extensas filas de personas que se aglomeran en las aceras, en multitudes que llaman la atención de vendedores ambulantes, sin ningún control sanitario, y se convierten en focos de contagio por COVID-19.
Esto los lleva a dudar si es permitido legalmente que estas entidades funcionen en bienes inmuebles tan reducidos.
Otro caso ocurrió hace dos semanas cuando los domiciliarios instalaron una oficina portátil en plena calle 17 con 1 Este, donde recibían y coordinaban envíos. Es de ahí que parte de la lucha de los vecinos por evitar un desordenamiento en la concepción espacial y urbana.
Albeiro Bohórquez, habitante del barrio, explicó desde su profesión como arquitecto que esta apropiación de los antejardines de las casas, con comercios mixtos, hace que se pierda la destinación residencial-comercial de Los Caobos.
Inteligencia delictiva
Según los vecinos, los atracos con pistola a plena luz del día cada vez son más frecuentes. En ellos persiste el temor de que, detrás de los vendedores de alimentos, se oculten organizaciones criminales que utilizan como excusa el comerse un pastel para hacer inteligencia de quiénes llegan, quiénes salen, a qué horas, en qué vehículos y qué objetos llevan a la mano.
Después de las 4:00 de la tarde han sido testigos de riñas callejeras a cuchillo y robos ejecutados por motorizados y supuestos pasajeros de taxistas. Un día, a las 6:00 de la tarde, presenciaron un tiroteo al guardaespaldas de un alcalde en visita.
“La convivencia dentro de nuestro barrio ahora es imposible. No se puede caminar por las aceras, no puede pasar alguien en silla de ruedas, ni una persona en muletas, porque el pastelero, los autos mal parqueados y las carretas de verduras no lo permiten”.
Contaminación auditiva
Los Caobos, cuya población, en su mayoría, está compuesta por adultos mayores, debido a que los primeros pobladores superan los 80 años. Pero no tienen paz. Se sienten acorralados y con una presión de desplazamiento, pero no están dispuestos a dejar atrás su barrio.
De acuerdo con Ángela María Martínez, residente, establecimientos comerciales con frecuencia desbordan los decibeles permitidos en estudios con sonómetros y el ruido que producen perturba la calma, a cualquier hora del día.
“Ellos tienen derecho a hacer que su restaurante surja económicamente, pero no a costillas de pisotear el bienestar y la hora de descanso de los vecinos. Nadie puede hablar con su pareja o ver televisión en calma, porque no quieren entrar en conciencia”, apuntó Martínez.
La última vez, uno de los restaurantes daba un espectáculo de ruido que marcó 97 decibeles en la casa de uno de los habitantes. Cuando no, los megáfonos de los vendedores ambulantes, a todo volumen, suenan desde las 6:00 de la mañana.
A la espera del CAI
Mary Stapper, presidenta de la Junta de Acción Comunal (JAC), contó que en muchas ocasiones el CAI móvil de El Malecón ha sido un aliado para mitigar algunos problemas de inseguridad en el barrio, pues asegura que indigentes e inmigrantes se están apoderando de los parques.
Y, a pesar de ser pocos policías para tantos problemas en la ciudad por cubrir, hacen lo posible, pero ahora, finalmente lograrán que se les instale un CAI permanente en el parque frente a Corponor, junto a una promesa de 25 policías fijos.
“Es un logro después de muchos años, porque la inseguridad se estaba apoderando del barrio, y no era justo. Esto es también un avance a la unión de los vecinos en torno a la seguridad ciudadana”, dijo la líder comunal.
Otros problemas
Bohórquez manifestó que el barrio también se encuentra en oscuridad en algunas calles porque han pasado años desde que a los árboles no se les hace un mantenimiento, y su altura y frondosidad acaparan la luz de los focos, generando zonas oscuras. Otros problemas son las basuras, recicladores y habitantes de la calle, por falta de control en los horarios de recolecta de los desechos del barrio.
¿Estrato 5?
Según la comunidad, uno de los requisitos para clasificar los estratos socioeconómicos es el entorno. Allí pagan anualmente impuestos elevados, pero el contexto del barrio disminuye abruptamente la calidad de su estilo de vida. De no obtener una solución a sus problemáticas, exigen una disminución a los impuestos.