De mensajero a artista
Samir estudió Arquitectura pero se dio cuenta que no era su pasión, entonces se trasladó a Bucaramanga donde se formó como artista.
“Mi padre quería que estudiara una carrera que me diera un título y no arte porque tienden a pensar que no se puede vivir de esto”, mencionó.
Desde el principio sabía que la arquitectura no era lo que él quería, pero escogió ese programa porque vio en el pénsum materias como teoría del color y eso le llamó la atención.
Más tarde, cuando inició estudiando artes, varios profesores halagaban su trabajo y siempre tuvo buen desempeño en la universidad.
Al terminar la carrera, emprendió rumbo hacía Bogotá, donde vivió ocho años trabajando y tocando puertas para mostrar su talento, pero no pasó nada y decidió devolverse a Cúcuta.
“Aquí llegué a trabajar en lo que saliera porque tenía que sobrevivir mientras me hacía conocer en el mundo del arte, entonces empecé como mensajero de bicicleta en un depósito de medicina”, dijo Samir.
Alguno que otro amigo le mandaba a hacer cuadros y se lo pagaban a cuotas, en ese tiempo el joven se refugiaba en sus escasas pero significativas pinturas.
“Mi sueño siempre fue vivir del arte, cuando salía en bicicleta me imaginaba en vender mis obras, viajar y que me reconocieran por lo que hago, pero me sentía estancado”.
Cierto día un amigo de su mamá le dijo que se presentara a una convocatoria de artistas que se iba a hacer en la torre de reloj de la ciudad, entonces Quintero, en su deseo por salir adelante, se presentó y quedó seleccionado entre varias personas para exponer su obra ‘La Trascendencia del beso’ en la expocisión llamada ‘Arte Erótico’.
Al pedir permiso en su trabajo, los compañeros le dijeron que esa era la oportunidad para que todo el mundo pudiera ver de qué estaba hecho el cucuteño. Fue así como un viernes en la tarde agarró su bicicleta y se fue camino a casa con la ilusión de cumplir sus sueños.
“Ese día bañándome me puse a llorar y le pedí al de arriba que me mandara una señal para saber si yo podía vivir del arte porque ya estaba cansado de trabajar en otra cosa”.
Cuando entró a la exposición vio que en cada cuadro había varias personas mirando y en el suyo sólo encontró a un hombre, sin saber que más adelante ese mismo señor se convertiría en su maestro.
“Me estiró la mano y dijo soy Luis Miguel Brahím, mañana lo espero en mi taller, renuncie que lo voy a ayudar”.
Desde entonces Samir no ha parado de trabajar, vive por el arte y agradece a Dios haber enviado esa señal aquella noche de su primera exposición.
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