José, descendiente de la línea de David, padre putativo de Jesús (mi mamá, al rezar la novena de aguinaldos, suprimía la palabra ´putativo´, por considerarla una grosería, y decía solamente padre de Jesús), carpintero de profesión y vecino de Nazareth, tuvouna traga maluca por María, de apenas quince años, pero que era un tronco de hembra.
Todos los días pasaba la quinceañera, con su cántaro debajo del brazo, por el frente de la carpintería de José, rumbo al pozo de donde sacaban el agua todos los habitantes de la aldea. José, viejo y solterón, salía a la puerta, la miraba, la admirabay en ocasiones la seguía hasta el aljibe, donde le buscaba la conversa a la joven, sin faltarle al respeto, porque el hombre era lo que se llama todo un santo varón: No era borrachín, ni fumador, ni mujeriego.
La muchacha le sonreía, con una sonrisa de esas que enamoran y que uno se encuentra de cuando en cuando por estas tierras, pero no le contestaba a sus pretensiones.
-Me gustas, María –le dijo un día, sacando fuerzas de su corazón y de su hígado. -Me gustan tus ojos y tus labios y tus manos. Me fascina tu cabello y tu caminadito coqueto de virgen apurada. Y me gusta lo juiciosa que eres y esa sonrisa matadora. ¿Te quieres casar conmigo?
-No puedo, don José.
-¿Tienes otro?
-No, usted es el primero que me dice esas cosas tan bonitas, como poesía.
José no le creyó. “Eso dicen todas: usted es el primero, y vaya uno a saber”, rezongó el hombre, mientras se retiraba con el rabo entre las piernas, pensando que había arado en el mar, edificado en el viento yperdido el tiempo a la pata de la que creía la mujer de sus sueños.
Esa tarde no pudo clavar ni un clavo en la carpintería, ni cepillar una tabla. Si hubiera sido un aguardientero se habría largado a la taberna de la esquina a tomarse unos guarilaques, escuchando rancheras de José AlfredoJiménez. Pero no. José era recto como las palmas del desierto.
El insomnio lo acompañó hasta la madrugada, y cuando pudo conciliar el sueño, se le apareció un ángel, que le dijo: “No te achicopales, José. Haz de cuenta que eres de los bravos motilones de por allá de un país lejano. Mañana te levantas, te echas un buen baño, te perfumas, te pones la mejor ropita y te vas a la casa de María. Allí hablas con Ana y Joaquín, los papás, y les dices que quieres casarte con María”.
Dicho y hecho. Lo recibió Joaquín, a quien le dijo, de una, el motivo de la visita.
-¿Quién es? –preguntó Ana, desde la cocina.
-José, el carpintero, otro que viene a pedir la mano de María.
-¿Otro? –dijo ella-. Como si no hubiera más mujeres en el pueblo. Todos le caen a la niña.
-¿Y usted de qué le daría de comer a María y a sus hijos? ¿De la carpintería?
-De la ebanistería –contestó orgullosamente José.
-Mire, amigo José, con usted ya son siete los que han venido en busca de casarse con nuestra hija. Ya no sabemos qué hacer –le dijo Joaquín.
-Y para decirle la verdad –añadió doña Ana- usted es el único viejón, los demás son muchachos.
-Sí, soy viejo –contestó José- pero todavía aguanto más de un trote.
Alguien les a los papás de la china que fueran al templo a hablar con el sacerdote, quien pidió luces al Altísimo. Después de muchas oraciones y varios días, el sacerdote reunió a los candidatos y les dijo:
-Señores, haremos la prueba de Dios para ver quién es el elegido. A cada uno le daré una varita seca. Al que le florezca la vara, ese será el señalado por Dios.
Cada aspirante recibió la varita seca y se la llevó a su casa,a la espera de que echara flores. Un día, la varita de José comenzó a reverdecer y una flor blanca fue asomando en la punta. El hombre casi se desmaya de la emoción. A los demás la varita les siguió en estado de sequedad.
-¿Sabes una cosa, José? –le dijo María, tuteándolo, cuando supo la noticia. -Yo también te quiero, y eres el primer hombre que se mete a mi corazón.
-¿De veras?, -preguntó el carpintero, aún dudoso, porque a las mujeres quién les cree.
-De veras. Y para que lo sepas de una vez por todas, te quiero más de lo que tú a mí.
Así empezó aquella hermosa historia de amor, que aún hoy, dos mil dieciocho años después, seguimos celebrando.
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