
La reacción del régimen chavista en Venezuela ante la amenaza de captura por parte de Estados Unidos para responder por su carácter de grupo narcoterrorista nos ha llevado oír y ver reacciones de un ridículo pocas veces visto, ante la caída de una dictadura.
Los 4 y medio millones de milicianos, que no existen, fueron mostrados como unos adultos mayores francamente patéticos; unas fuerzas armadas y de policía al grito de "Chávez vive", jurando defender al narco hasta la última gota de sangre, donde muchos están cerca de la línea de obesidad; un personaje con una vida dedicada al delito como Diosdado Cabello, exhibiendo la soberbia del bruto que controla un estado policial al estilo de Lavrenti Beria, el verdugo de Stalin, que terminó asesinado por sus propios pares y aunque la historia no se repite, a la debida presión un mismo evento se desarrolla igual; la cúpula de la armada dispuesta a enfrentar la flota gringa desde un buque Oceanográfico, con la alta oficialidad naval en el mismo barco; la posición bipolar de Maduro que un día grita "cobardes, los espero", y al otro día manda cartas al Excelentísimo presidente Trump para "negociar" y planea una gran reunión mundial de paz; Diosdado en estado de negación llama pendejos a los que creen que los gringos vienen por ellos; en resumen, un gigantesco ridículo revolucionario. Petro y su gobierno son del mismo circo.
Hay que tener claro que las fuerzas armadas de las dictaduras o de países ideologizados, no son ejércitos profesionales sino agentes de control de la población, que ante una verdadera arremetida bélica se destrozan. Lo vimos recientemente en la caída de Bashar al Assad en Siria, que cuando sufrieron una verdadera arremetida bélica, los soldados de Assad huyeron y desaparecieron. En otras palabras, la fuerzas de una dictadura están enfocadas contra una población civil inerme y desarmada, pero ya frente a soldados profesionales su reacción es huir pues no están dispuestos a morir sino a robar. Se vio con Hamas en la franja de Gaza, que solo eran capaces de enfrentar el ejército israelí con escudo de civiles y se vio en Colombia cuando el ejército decidió actuar en ofensiva contra las guerrillas y acabó con la cúpula de las Farc. Como siempre, el gran daño lo hacen los quintacolumnistas camuflados en el tejido institucional para dañarlo: personajes tipo Santos en Colombia o Capriles en Venezuela.
Pero no nos podemos confiar en esas actuaciones ridículas, pues ellas buscan crear control social. La filosofa germano-estadounidense Hannah Arendt escribió: “Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada. Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal. Y un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así, puedes hacer lo que quieras”. Oigan a Petro y esta sentencia adquiere todo su valor. El crimen es por pobreza, el capitalismo creó el esclavismo, el fascismo, que ellos no definen, está encarnado en quienes se les opongan, la revolución es apoyada por el pueblo, es revolucionario que las fuerzas de seguridad del estado persigan a los opositores y una gran cantidad de falacias que se publican como verdades y las reproducen medios, opinadores e “intelectuales”.
La ineptitud e indolencia que muestran esas castas “revolucionarias” son propias de personalidades mediocres y básicas, pero sin límites morales, como también lo estableció Arendt a partir del juicio de Adolf Eichmann, uno de los perpetradores del holocausto judío nazi. Y por eso es por lo que son capaces de “insanos vicios y crímenes bestiales, que bajo el pardo sayo esconden un alma fea, esclava de los siete pecados capitales”, como dice el poema de Antonio Machado.
Cuidado, el ridículo revolucionario viene envenenado. Ejemplo: Petro.
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