
Ya está claro que Trump no tiene alma de estadista, sino la de un hombre de negocios (¿o mejor de negociante?) con ambiciones de político. Su gran proyecto económico no se fundamenta en impulsar nuevas iniciativas, por estar congelado nostálgicamente en los años sesenta, cuando la manufactura, la industria americana mandaba la parada. Hoy estamos en otro período donde impera la globalización y el capitalismo financiero. Ante los cambios, la solución de Trump es amurallar la economía norteamericana con un proteccionismo a rajatabla, para defender la producción y el empleo de los norteamericanos. El que quiera vender en ese mercado, que traslade o realice su inversión en ese país. Para lograrlo tiene un arma sencilla y efectiva, las tarifas arancelarias que acaba de subir. Trump las impone para negociar y empresa que se traslade o se inicie en Los Estados Unidos no paga arancel.
La propuesta es sencilla y corresponde a su visión del mundo y de la economía mundial, centrada en Estados Unidos. Trasladar a ese país a centenares de empresas, sobre todo norteamericanas, no es una operación ni fácil ni rápida y mientras tanto, en el consumidor se descargaría el costo del impuesto tarifario. Su idea, que la tiene hace más de treinta años, es económica y políticamente absurda, pues parte de ignorar la realidad del complejo edificio en que se sostiene un sistema económico mundializado, que no puede ser encerrado en las fronteras de una economía nacional, por poderosa que esta sea.
El sueño trumpista, de unos Estados Unidos solo para los americanos del norte, es racista y provinciano que, de sobremesa ignora la realidad del país. Preso de su xenofobia y desprecio por los latinos, su sueño es expulsarlos, a ellos que serían un aporte principal de la mano de obra necesaria para mover su hiperdimensionada economía nacional. La cereza del pastel va a ser la inflación que, con sus primeras medidas ya empieza a aumentar; algo que el elector norteamericano teme por encima de todo. Pero el enredo trumpista no para ahí. Va simultáneamente a reducirle los impuestos a los ciudadanos más ricos y el tamaño y presupuesto del gobierno, recortando y suprimiendo programas y aún entidades establecidas para prestarle servicios y asistencia a los ciudadanos, así como programas internacionales de apoyo a poblaciones vulnerables en países pobres; y de protección del medio ambiente y desarrollo de fuentes de energía alternativas. El impacto social de esas medidas será devastador y solo lograran reducciones marginales del gasto público; su mayor impacto será sobre el ciudadano de clase media, con efectos electorales crecientes y negativos para Trump, en la medida en que los recortes se profundicen y sus efectos se acrecienten.
Trump logrará que los superricos sean cada vez más ricos y más egoístas, mientras que la clase media enfrentará mayores presiones fiscales y dificultades para abrirse a nuevas posibilidades de desarrollo, en un horizonte pobre en esperanza; la clase obrera, se debatirá entre la expectativa de nuevos y mejores empleos por el aumento de empresas en su territorio, y la presión de los avances tecnológicos continuados, que le quitarán posibilidades laborales, unida a la llegada de “mano de obra importada” demandada por la industria reinstalada en suelo americano y que podría trabajar por menores salarios El cuadro no cuadra, por lo que es posible avizorar rápidamente una crisis en Estados Unidos con repercusiones profundas en la economía mundial.
América Latina, a mediano plazo quedaría ubicada en un punto de quiebre o de transición entre el anterior, con control hegemónico norteamericano, cuando éramos “el patio trasero de los Estados Unidos” y el nuevo, en formación, donde se abren posibilidades de cambio y va quedando atrás el largo período de hegemonía norteamericana, permitiendo una mayor diversidad de intereses e influencias, consolidando el pluralismo en las relaciones e intereses en juego.
Estamos entrando en un período inédito, que recuerda el fin de la Colonia e inicio del accidentado y en mucho, aún inconcluso camino de la democracia liberal y de la república. Sin duda, vivimos tiempos interesantes, signados por la incertidumbre, al asistir al final de una era donde Trump, sin proponérselo, hoy juega un papel importante.
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