Tengo por costumbre – mala costumbre, dicen los médicos – tener a mi lado un radio que me ayude a conciliar el sueño. Me duermo oyendo noticias y comentarios diversos, y cuando no hay quien garle por ahí sintonizo – yo, tan católico – un programa de los hermanos separados, porque has de saber, querido Sancho – dijo don Quijote - que los protestantes cuentan con unas emisoras muy potentes.
Pues bien: en la noche de este recién 29 de octubre el interés era el de conocer los resultados electorales. Y mientras los leían recordaba yo en lo que viví y me narraron que en épocas pasadas los directorios nacionales y departamentales de los dos partidos Conservador y Liberal, se nutrían económicamente de los aportes que les hacían los magnates e industriales afiliados. Por lo general, era Bogotá la que atendía los requerimientos de los directorios regionales para los comicios. Los requerimientos se ceñían a la papelería, la propaganda en los muros y los pasacalles, de pronto alcanzaba para la pólvora, y, eso sí, el infaltable almuerzo que se debía suministrarle a los electores, especialmente a los campesinos; la boleta para el almuerzo no la rebajaban. Pero a nadie se le daba dinero, el sufragio no tenía precio como hoy.
Con los años ya surgió el escándalo de que en la costa compraban los votos por tantos cabros, chivos, burros y burras. En todas las elecciones se repetía lo mismo, y de tanto repetirse se convirtió en algo corriente. Después aparecieron los hombres con tulas repletas de billetes que repartían generosamente. “¡Huy, qué cosa tan horrible!”, criticaba la gente. “¡Qué inmoralidad!” Pero nunca nadie fue ni ha sido investigado ni sancionado, salvo el caso de la congresista Aída Merlano que sirvió de chivo expiatorio por corrupción y compra de votos, en juicio iniciado en el 2019. De resto, como dicen los muchachos de hoy, todo el mundo está “sano”, esto es, limpio.
Así, para las campañas para elegir gobernadores, alcaldes, diputados, concejales y ediles en los comicios del 29 de octubre, nada nuevo se vio distinto a lo que viene ocurriendo varias décadas atrás. Plata por allí, plata por allá. Este año el voto se cotizó mucho; me datearon que en cierta ciudad nortesantandereana lo estaban comprando a doscientos mil pesos. La aplanchadora de mi casa – una señora muy pobre que vive en un ranchito colgado en una loma de Cúcuta – nos contaba que entre ella, sus hijos y una nuera reunían el día de las elecciones unos trescientos mil pesos, pero no recibidos de una sola campaña ni de un solo candidato; iban a varios a prometerles el voto y a colaborarles a arrastrar votantes.
Los boletines de las registradurías se sucedían a cada minuto. Ya el sueño me estaba venciendo y oía entre sus vapores las cifras: Partido “Los animales al concejo”, tantos votos”; ¡Urgente! ¡Tuta, Boyacá!, “Movimiento Todos somos hijos de Tuta”, tantos votos; ¡Urgente!, ¡Mariquita, Tolima!, “Todo por Mariquita”, tantos votos; Coalición “Nos llegó el turno”, tantos votos; Alianza “Arriba la droga”, tantos votos.
Continuará…
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