“Todo nos llega tarde, hasta la muerte”, dijo Julio Flórez en uno de sus melancólicos poemas. Nada más cierto. Las noticias buenas nos llegan tarde. Los reconocimientos nos llegan tarde. Los premios nos llegan tarde. Y hasta los buenos amores, según dicen los expertos, llegan tarde.
A mí me llegó tarde la noticia de que la semana pasada se había celebrado en todo el mundo el Día internacional del huevo. De haberlo sabido a tiempo, lo hubiera tratado en una de mis columnas anteriores para brindarle al huevo la celebración que se merece, con brindis, francachela, comilona y besuqueadera. Creo que ni siquiera los hueveros (que viven del huevo) se enteraron de la tal celebración porque no vi desfiles, cabalgatas ni papayeras. Y no porque el huevo no se lo merezca sino por pura falta de comunicación o porque los promotores no socializaron la idea. Socializar es el verbo de moda, también para el huevo.
En realidad, no sé a cuál huevo se refería la noticia. Porque hay huevos rozagantes, grandes y provocativos. Son los de gallinas criollas, criadas en el patio de la casa, que comen de todo lo que encuentran y que son de mucho alimento. Las nutricionistas o dietetas lo recomiendan.
Hay otros huevos, debiluchos, pálidos e improvocativos. Son los de gallina de incubadora. Creo que no contienen el mismo potencial que los otros. Nadie los recomienda, a excepción de los tenderos.
Porque el huevo debe servir hasta para arreglar puentes caídos o en riesgo de caerse. ¿Recuerdan la canción infantil que enseñaban las mamás de antes? “El puente está quebrado. ¿Con qué lo curaremos? Con cáscaras de huevo, burritos al potrero”. Pero con las cáscaras también se hacen obras de arte. Las pintan, les hacen muñequitos de colores y sirven de adorno en salas o en pesebres.
El huevo sirve para reproducir la especie. Las señoras del campo echaban camadas de huevos al abrigo de una gallina clueca, debajo de la cama. Allí, después de dos semanas de protección y abrigo, los pollitos comenzaban a salir del cascarón, y aquello era una fiesta para los niños de entonces.
Sea frito, cocido, en tortilla o perico, el huevo es delicioso. Algunos hasta lo comen crudo. ¡Cuestión de gustos!
Hay huevos de gallina, de pata, de avestruz, de cocodrilo, de tortuga, de pájaro y de paloma. Mejor dicho, el mundo está lleno de huevos. Huevos grandes y pequeños. Huevos sabrosos y huevos sin sabrosura. Huevos cotizados y huevos baratos. Huevos de envergadura, con buena cáscara y buen contenido. Y huevos que producen lástima.
Para los que no son del campo y en sus casas nunca tuvieron gallinas, les cuento: Cuando la gallina lleva algunos días de estar poniendo, llega a un período que se llama cluequera. Deja de poner, cluequea de un modo diferente, dan vueltas de un lado a otro y se aleja de las demás gallinas. Se les llama “cluecas”. De ahí surgió el refrán: “Da más vueltas que una gallina clueca”.
En ocasiones la gallina no puede poner su huevo, y dicen que tiene el huevo atravesado. Lo mismo dicen de quien no puede hacer algo por más que lo intente.
Las señoras saben cuándo las gallinas van a poner porque se alborotan. Y de ahí, el otro refrán: Tiene huevo.
La ocasión es propicia para recordar que no es incorrecto usar el verbo poner. Algunos le tienen miedo a este verbo y usan colocar. Las frases quedan ridículas: Me coloqué pálido del susto, colóquese bien la corbata, colóquese en la fila. Poner es un verbo que a nadie debe avergonzar ni al que lo dice, ni al que pone. Nuestra gramática así lo ordena.
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