¡Qué vaina! La gente dice que lo que empieza mal termina mal. La Constitución de 1991 tan moderna, tan garantista y tan liberal, derogó la de 1986 borrando de un manotazo la única manera de reformarla consagrada en su título XXI y su artículo 218, que por ninguna parte consagraba la mal llamada séptima papeleta.
Ah, pues ante tamaño antecedente, la carta constitucional actual, consagró su reforma en el Capítulo XIII en varios artículos del 374 al con 380. En otros términos, un solo “articulito”, como decía el Doctor Echeverry, se convirtió en siete tan adornados y meticulosamente tramados, que parecía que a tan moderno estatuto constitucional lo habían convertido en lo que le enseñamos a los primíparos de derecho: Una constitución rígida. Nada más falso.
Con el Articulito 218 la Constitución de 1986 solo fue reformada 60 veces en 105 años y de fondo solo siete. La norteamericana en 237 años 40 veces. La constitución de 1991 de concepción inicial tan rígida, el régimen la volvió una gelatina y en 25 años lleva con la segunda reforma política de hoy, 43 reformas.
Una reforma es una propuesta para cambiar o corregir una situación. En el impacto relativo a las Instituciones nos quedó para siempre en la memoria, la Reforma de Lutero y la contrarreforma de la Iglesia de los siglos XV y XVI. Buena para ambas partes y mejor para el mundo que con ella entró de veras en la modernidad. La Iglesia recuperó parte del prestigio perdido, no todo.
La Constitución de 1991, vuelta hoy una gelatina, –los primíparos la llaman “gelli -belli”– tuvo una reforma de tintes positivos en 2003, acabó con la anarquía que generó el multipartidismo debilucho, y redujo con el umbral a los partiditos sietemesinos, a los movimientos de opinión de garaje y las empresas electorales religiosas.
Interpretó mal o bien, el narcicismo de los gamonalitos y la vanidad de las miserias, el mercantilismo del sufragio con el voto preferente. Ordenó mal o bien el reparto de la representación en las corporaciones públicas con la nueva formula del cociente electoral y la cifra repartidora. Frenó el trasfuguismo, que era realmente una nueva forma de los ejércitos de mercenarios al mejor estilo de Maquiavelo.
Tiró línea sobre el significado de esas nuevas figuras electorales y ordenó el desorden.
Está a la puerta del horno la contrarreforma, que destruye todo lo que había logrado la reforma de 2003. ¡Los mercenarios vuelven a valer y a qué precio!
¡Que viva la Contrarreforma!
Adenda: “La figura de la Consulta, institucionalmente fue acordada para todos los partidos al costo que se dio. Los partidos grandes la solicitaron y se “mamaron”. Los conservadores se asustaron de proponer una guerra de pigmeos. Vargas Lleras se atemorizó con el desprestigio de su engendro CR y se fue por firmas. Uribe previó que la consulta dividiría irremediablemente a sus quíntuples y el partido de la U, como dijo Gilberto Alzate Avendaño, no resiste una hemorragia nasal. ¿Entonces porqué la escandola? Más se perdió en Reficar, Fidupetrol, el cartel de la Toga y la Toguita, con los Nule, Los Moreno, La reelección de Roberto Prieto, Odebrecht y los Ñoños. ¿o no?