Queremos hacer en este escrito unas breves contribuciones-reflexiones a propósito de la política pública de ciencia y tecnología, de la manera más sencilla posible, con el debido respeto por los especialistas, desde la perspectiva de un académico del campo de las ciencias sociales y políticas, pero claro, también planteando algunas ideas que puedan parecer irreverentes.
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Podríamos iniciar señalando que pensar una política de ciencia y tecnología implica situar todos los campos disciplinares de las ciencias en pie de igualdad y no creer, como se ha pensado en el pasado reciente, que hay unas “ciencias serias” y otras menos serias, porque empezamos mal. Adicionalmente destacar que hay formas de conocimiento que son producto de la experiencia práctica, como el saber-hacer que tienen nuestros campesinos, afros e indígenas, que les ha permitido a lo largo del tiempo cultivar su tierra, usar y reproducir sus semillas tradicionales, hacer manejos de postcosecha, sin necesariamente asistir a procesos formales de educación-capacitación. Igualmente que la principal razón que debe motivar una política de ciencia y tecnología es, además de contribuir a resolver los problemas de los seres humanos, igualmente posibilitar desarrollos culturales y artísticos, sin desconocer la importancia de los avances en los diversos campos del conocimiento.
En segundo lugar debemos decir que una política pública de ciencia y tecnología debería conllevar por los menos tres ejes. Uno, destinado a sistematizar y apoyar todo lo que consideramos como el conocimiento ancestral y popular, que sin duda es un campo de conocimiento de la mayor importancia -es el derivado de la experiencia o el saber-hacer milenario de nuestras comunidades- que es fundamental en campos como la producción agropecuaria, especialmente de pequeños productores o comunidades, pero también en temas como el conocimiento de la gastronomía regional, las prácticas de medicina tradicional en su sentido amplio, la pesca y minería tradicional, entre otras muchas; al respecto reconocemos que en ocasiones puede haber reticencia en algunos líderes de esas poblaciones en compartir su conocimientos por experiencias negativas del pasado, pero se debe hacer esfuerzos por vencer esas reticencias justamente con una seria política como la proponemos.
Dos, estimular la investigación considerada convencionalmente como “científica”, a cargo de Universidades, centros de investigación, instituciones de formación técnica y tecnológica y que se caracteriza por la utilización del denominado “método científico”, pero igualmente sin excluir a investigadores o investigadoras individuales que igualmente puedan proponer proyectos de investigación que ameritan su apoyo. Este ha sido el ámbito tradicionalmente considerado como de “investigación” y en el cual se han dado resultados importantes en los distintos campos del conocimiento, manifestados en publicación de libros, artículos científicos, patentes, obras de arte, spin off.
Tres, darle una adecuada divulgación a los avances investigativos, no solo para información general de la sociedad y de la comunidad internacional, sino para estimular nuevos emprendimientos investigativos y especialmente en las y los jóvenes, es decir promover nuevos semilleros de investigadores.
Al frente de cada uno de estos ejes deben colocarse líderes en el campo y quienes con todo el apoyo institucional puedan promoverlo y estimularlo y lograr los objetivos que se esperan dentro del Plan de desarrollo en ciencia y tecnología.
Considero que una política pública para el sector, enriquecida con los aportes de los especialistas en los diversos campos puede liderar de manera importante la búsqueda de solución a los problemas nacionales y de esa forma que la sociedad perciba a esta política y su implementación como algo cercano a la solución de los problemas de todos y no algo lejano y que sólo interesaría a los especialistas.
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