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Quiero ser gato
Yo me crié con gatos y perros y gallinas, como buen campesino. 
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Martes, 22 de Enero de 2019

¿Se acuerdan del poema de Juan José Botero, que nos enseñaban en el colegio, Quiero ser gato? Si la memoria les falla, permítanme hacerles un recorderis sobre este poema lleno de humor, pero antes quiero ponerlos en contexto, como dicen los tratadistas.

Yo me crié con gatos y perros y gallinas, como buen campesino. Aún después de “civilizado”, en mi casa siempre hubo por lo menos un perro y un gato. Nuestro último gato en casa se llamaba Salomón, blanco, juguetón, consentido, que una noche se nos escapó por los tejados. Y no volvió. Dicen que los gatos son infieles, como algunos humanos. Donde encuentran mejor comida, allí se quedan.   Salomón se fue una noche de luna llena y por allá andará disfrutando de sus nuevos quereres. Y tal vez nuevas viandas. Alguna gata querendona, de maullidos alegres y sonrisa gatuna, lo atrapó.
   
Black, que era nuestro perro, todo de negro hasta las pezuñas vestido, murió hace poco, parece que de un infarto. Con luto en el alma y lágrimas en los ojos, dijimos en familia: No más animales en la casa. Pero una cosa piensa el burro…

En diciembre, la hija nos trajo de Bogotá su gata. Y la dejó con nosotros. Una gata común y corriente, sin pedigrí, pero muy querendona y ronroneadora. Sin nombre. Le dicen Gata, Niña, Cosita, Micifú… Yo, acordándome de Rafael Pombo, la llamo Mirringa, por aquello de Mirringa, mirronga, la gata candonga. Cuando quiere, ella entiende al llamarla, y cuando no, no se da por enterada. Pasa de largo, muy oronda, moviéndose con elegancia como reina en pasarela. En eso es muy femenina. En hacerse del rogar. Como aquellas mujeres que ni se inmutan ante las súplicas de amor de su pretendiente.

Pues bien. Me he dedicado a observar a Mirringa, y he sacado algunas conclusiones sobre su vida que, en general, es la misma de todos los gatos. Mirringa lleva una vida sabrosa, nada le preocupa, como en el verso de Santa Teresa: “Nada te turbe, nada te espante. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”. Pareciera que Mirringa fuera fiel seguidora de la santa.  

De día, escasamente se levanta en busca de comida. Su sitio preferido es el sofá, o la cama, o alguna parte donde se sienta cómoda. Cuando quiere cariño, acude a uno, salta a las piernas, y ¡ay! si no se le tiene en cuenta. Ayer, leía yo el periódico, saltó ella a mis piernas y como seguí en mi lectura, me mordió la mano. Tuve que soltar el periódico y consentirla. Ojalá todas las mujeres fueran así,  pedidoras de caricias. 
   
Mirringa mirronga es observadora. Vive pendiente de lo que uno hace. Diciéndolo en cucuteño, es “bruja”, igual que aquellas y aquellos que quieren conocer la vida e intimidades de los vecinos.
   
Nuestra gata es alegre. Corre, juega, llama y habla con uno. Maúlla y si uno le contesta, puede formarse un diálogo con ella.
   
Pero volviendo al poema de Botero, éste habla con Dios y le dice que si quiere complacerlo, si en verdad lo ama, si quiere darle una buena vida, que lo haga gato. Que no le dé plata, ni fama, ni amores. Que lo convierta en gato, porque los gatos llevan una vida feliz, descomplicada, sin estrés, sin afanes, durmiendo y comiendo. Caminando por los tejados, cazando pajaritos de cuando en cuando, jugando con algún ratón que se cruce por su camino, en fin, viviendo a sus anchas. “Diosito bueno, Diosito santo/ si acaso quieres servirme en algo/ si de este Juancho te has acordado:/ Vuélveme gato”. Así termina el poema de Juan José Botero, un escritor paisa, de fino humor y gran ironía.

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