Mañana es miércoles de ceniza. La iglesia nos recordará mañana que no nos la demos de mucho café con leche, pues no somos sino polvo. Hay gente que se cree la última coca cola del desierto, la vaca que más leche da, y resulta que todos somos hechos del mismo polvo, es decir, del mismo tierrero, o como quien dice, del mismo barro.
Hay muchas clases de polvo: el polvo callejero, el polvo casero, el oro en polvo y el polvo de los asteroides. Pero en este caso nos referimos al polvo del cual fue hecho el hombre cuando la creación. Sin embargo, rigurosamente hablando, el Creador no se untó de polvo para hacer al hombre, sino se untó de barro. Tiene razón, entonces, el cura costeño que el miércoles de ceniza les dice a los feligreses de la costa: “Ajá cuadro, tú no ere polvo sino puro barro, barro negro”.
Con el perdón del papa Francisco y de mis amigos los curas carmelitas descalzos (que no andan descalzos, como es de suponer), yo creo que Yaveh se equivocó de geografía. En lugar de hacer el paraíso terrenal por allá por los lados de Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Éufratres, ha debido venirse a esta región, el valle de Cúcuta, a orillas del Pamplonita, y crear aquí su escampadero desde donde haría el sol y las estrellas y la tierra y todo cuanto en ella se contiene.
Sabido es, y Dios lo debía saber, que la arcilla de esta región es la mejor del mundo: más fina, más noble y más pura. Pero no. Se fue por allá, utilizó barro de mala clase y por eso la raza humana salió como salió: con Caínes, con Judas, con Petros y Maduros. Sin hablar de sus seguidores. ¡Qué más podía esperarse! Si hubiera utilizado arcilla cucuteña todos seríamos como Francisco de Asís, Pedro Claver, Duque oGuaidó.
Pero bueno, a lo hecho, pecho. La iglesia quiere recordarnos mañana que de la tierra venimos y a la tierra volveremos: “Acuérdate que eres polvo y en polvo te has de convertir”, decían los sacerdotes el otro día. Yo no sé cómo será un polvo de muerto, perocreo que se referían al polvo en que van quedando los huesos. Trabajo le costará al ángel de la muerte, el día del Juicio final, recoger tanta osamenta y tanto polvo de muerto por ahí tirados para que todos puedan asistir, enteritos, al Valle de Josafat donde será el juicio divino. Allí todos deberemos rendir cuentas sobre lo que hemos hecho con nuestro polvo es decir con el barro del que estamos hecho.
Mañana los católicos llevaremos en la frente una cruz grande, chueca y gorobeta, hecha de cenizas de ramo bendito, el que llevábamos el otro día en la procesión del Domingo de Ramos. Ahora no se pueden llevar ramos porque la policía los decomisa y saca multas, igual que en el caso de las empanadas, a quienes lleven ramos por la calle.
Cuando yo era niño todos llevaban palmas de olivo para recibir a Jesús, que llegaba montado en su burrita por el camino que de Las Mercedes conduce a Sardinata. Y de esos ramos hac+ían la ceniza para el miércoles de Ceniza.
Supongo que ahora, como no hay ramos, la ceniza la hacen de cualquier rama de árbol, de esos que Corponor autoriza tumbar sin que obligue a sembrar otro. Yo me tomaría el atrevimiento de aconsejarles a los párrocos que hagan la cruz, no de ceniza, sino de barro, lo cual resulta más auténtico, más ajustado a la Biblia. Una o dos carretilladas de arcilla alcanzan para un montón de feligreses.
Y que no hablen de polvo, que se presta para variadas interpretaciones, sino de barro. Porque eso es lo que somos. A veces, barro de alcantarilla, a veces barro de caño y a veces barro del bueno. Sin embargo, el barro se puede mejorar. Con amor, con delicadeza y con ternura se puede hacer una buena arcilla. Es difícil, pero no imposible. Y díganle al cura que, por favor, mañana les haga la cruz bien hecha, no un signo de pesos patas arriba. Porque no se trata de salir del paso. Es el comienzo de la Cuaresma y de los ayunos y las abstinencias de varios días y de algunas noches.