
En el exterior de Alemania se recuerda hoy a esta bella ciudad bávara, más que todo, por su figuración en el régimen criminal de Adolfo Hitler, y por los juicios internacionales adelantados contra los jerarcas nazis por delitos contra la humanidad.
Nuremberg es una ciudad milenaria a orillas del río Pegnitz conocida desde 1050, que tuvo una gran importancia en la Edad Media. En aquella época era visitada frecuentemente por los Emperadores del Sacro Imperio Románico Germánico, y en ella se celebraban las Dietas de Nuremberg, asambleas fundamentales para la organización administrativa de Imperio.
En 1219 obtuvo el título de Ciudad Imperial Libre que permitía a sus ciudadanos pagar solamente contribuciones al Emperador y, pronto, Nuremberg se convirtió en una de las ciudades con mayor comercio en la ruta desde Italia hacia los mercados de la famosa Liga Hanseática y hacia China.
En Nuremberg se custodiaron los símbolos y joyas del Sacro Imperio Romano Germánico desde 1424 hasta 1795, –cuando fueron enviadas a Viena para preservarlos de la guerra que se libraba– y por eso la ciudad fue dotada de mayores medidas de seguridad de las que hoy quedan vestigios en los restos de sus murallas.
Desde el siglo XIV se producían en Nuremberg instrumentos de gran precisión que contribuyeron al desarrollo de la Cartografía, como globos terráqueos, astrolabios, compases, cuadrantes… En los siglos XV y XVI se constituyó en centro sobresaliente del renacimiento alemán, y en 1525 acogió las tesis de la Reforma Protestante de Martín Lutero y se declaró luterana a la ciudad. En 1532, el emperador Carlos V promulgó el acuerdo llamado la Paz Religiosa de Nuremberg que otorgaba a los luteranos la libertad para practicar su religión.
Es, precisamente, entre los años 1471 y 1528 cuando transcurre la vida de uno de los artistas más famosos del Renacimiento, Alberto Durero, hijo predilecto de Nuremberg. La casa donde vivió por varios años el gran pintor, grabador y tratadista, hoy es un museo en su honor, y es una de las atracciones más visitadas en su ciudad natal.
En 1621 se creó el primer banco público como entidad indispensable para el comercio de los productos de Nuremberg que llegaban a todo el mundo, incluyendo a India y China. En 1702 se creó la empresa VerlagHomann que se constituyó en una de las editoriales más grandes del mundo especializada en la impresión de mapas y planos de ciudades. Por todo esto, la ciudad se convirtió en un centro avanzado en el desarrollo de conocimientos matemáticos y astronómicos, famosa en toda Europa.
Por la importancia ancestral de Nuremberg, Adolfo Hitler quiso convertirla en epicentro de su proyecto político y realizó allí los multitudinarios congresos del Partido Socialista Obrero Alemán. La consideró como la “Ciudad Tesoro” de Alemania y quiso apropiarse de su simbología medieval donde el Emperador debía celebrar su primera Dieta Imperial.
En el campo Zeppelin se construyó una gran tribuna desde donde Hitler decía sus largos discursos ante multitudes convocadas en toda Alemania para enaltecer su figura escuchando con devoción sus encendidas arengas. También se construyó una réplica del coliseo romano, dos veces más grande, donde cabían hasta 50.000 asistentes.
Cabe recordar que al final de la Segunda Guerra Mundial Nuremberg fue una de las ciudades alemanas que sufrió los mayores bombardeos por parte de los ejércitos aliados, y su destrucción fue enorme. En los años 1945 y 1946, tal vez con un íntimo deseo de venganza, el Palacio de Justicia fue el escenario de los Juicios de Nuremberg en el que se condenaron a jerarcas nazis y a colaboradores notables de ese partido.
Nuremberg cuenta hoy con 500.000 habitantes, y es una preciosa urbe en la que una reconstrucción cuidadosa no deja ver las huellas de su trágico pasado. Al visitarla se experimentan dos sentimientos encontrados: el placer de estar en una ciudad activa, ordenada, monumental, y la recóndita inconformidad por el sufrimiento que las guerras causan a la humanidad.
ramirezperez2000@yahoo.com.mx
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