Hace cincuenta años, con la excepción de Colombia y Venezuela, Sudamérica estaba gobernada por regímenes militares alineados -menos Ecuador y Perú- con la doctrina brasilera de la seguridad nacional. Vivíamos en plena guerra fría en la que Moscú y Washington se disputaban palmo a palmo cualquier territorio susceptible de ser cooptado hacia su sector, y en Latinoamérica había extrema sensibilidad desde que en 1959 triunfara la revolución en Cuba, isla desde la que la Unión Soviética en 1962 emplazó cohetes con ojivas nucleares apuntando hacia los Estados Unidos.
En junio de 1973 -hace medio siglo-, se perdió la democracia en Uruguay entrando en un socavón oscuro de opresión que duró 12 años hasta 1985. Seis mil uruguayos fueron presos políticos y hasta ahora 200 de ellos son detenidos desaparecidos. El propio expresidente Pepe Mujica, quien fuera militante Tupamaro, fue detenido en 1974, siendo torturado y encerrado en una celda subterránea por once años.
Así, adquiere mucho mayor valor la declaración suscrita hace pocos días por los tres expresidentes que se mantienen vivos y el actual presidente en ejercicio Lacalle Pou, para que “nunca más” se ponga en riesgo la estabilidad democrática, no permitiéndose ni tolerándose nuevos golpes de estado.
En paralelo, el próximo 11 de septiembre se cumplen también cincuenta años del golpe de estado que derrocara a Salvador Allende en Chile, primer presidente marxista que triunfa en una elección democrática en occidente, lo cuál-se sabe ahora- alteró y alertó al Presidente Nixon y a su Secretario de Estado Henry Kissinger llevándolos a autorizar el financiamiento de operaciones encubiertas, para desestabilizar la democracia más sólida de Suramérica, terminando con el Palacio de Gobierno bombardeado y el Presidente suicidado.
Se desató una cacería indiscriminada de allendistas, con una brutalidad y saña abismantes. A la fecha se cuentan 3.216 personas ejecutadas y muchas de ellas desaparecidas, usando métodos escabrosos como ser lanzadas aun vivas desde helicópteros militares al mar con rieles atados a sus cuerpos, y 38.254 personas sobrevivientes de prisión política y/o tortura, respectivamente. A ello se deben sumar más de trescientas cincuenta mil personas que migraron en calidad de refugiados o asilados políticos.
Ahora se sabe que los aportes financieros norteamericanos en contra de la democracia chilena, lo que buscada de paso era desincentivar a la izquierda italiana y francesa que por aquellos años se encontraban muy cerca de alcanzar los gobiernos de sus países.
Argentina no fue la excepción. En marzo de 1976, sufriría el sexto golpe de estado de su historia, poniéndose fin al tercer gobierno peronista encabezado por Isabelita de Perón, dándose inicio al Proceso de Reorganización Nacional (PRN) que gobierna hasta diciembre de 1983 una vez que dicho país cae derrotado ante los británicos en la Guerra de las Malvinas.
Se establecieron cientos de centros clandestinos de detención; los opositores a la Junta Militar fueron silenciados por asesinato o por exilio; el robo de neonatos fue una de las prácticas más crueles, lo cual cobra visibilidad cuando aparecen las Madres de la Plaza de Mayo; y, al igual que en Chile los “vuelos de la muerte” se hacen cada vez más frecuentes. Toda esta macabra situación arroja una cifra cercana a las diez mil víctimas.
Y, finalmente dos líneas para referirme a la Operación Cóndor que consistió en la coordinación secreta de las dictaduras de Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia (también participaban esporádicamente Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela) con el apoyo de Estados Unidos con el objetivo de exterminar a todos quienes se opusieran a los regímenes dictatoriales.
Por ello, que él “nunca más” resuena tan fuerte.