
Hace unos días hablé con una amiga, petrista hasta los tuétanos. Repite todo lo que dice el gobierno, aunque la realidad le grite lo contrario.
Cuando tocamos el tema del hundimiento de la consulta, reaccionó de forma visceral. Estaba indignada con la manera en que algunos congresistas de la oposición celebraron frente a las cámaras: gritos, euforia, hasta madrazos de emoción.
Con rabia me dijo: “¿Cómo pueden celebrar que a los pobres no les vayan a pagar más? ¡Eso es lo que están celebrando!”
Su molestia era genuina. Y aunque me alegraba que esa farsa no pasara, entendí que la oposición falló en la forma: no supo explicar por qué se hundió la reforma ni qué se evitaba con eso.
Y ojo: cuando hablo de oposición, no me refiero solo a la derecha, como Petro ha querido imponer en el imaginario colectivo, esa narrativa facilista donde ser de derecha es un delito, y todo el que no está con él, automáticamente pertenece a esa corriente. A eso me referiré en otra columna, porque sin duda ese imaginario hay que desmontarlo. Siguiendo con el punto: oposición hoy somos quienes, desde distintas orillas, vemos con angustia la destrucción institucional, económica y social que está dejando este gobierno.
Pero esa oposición está perdiendo la batalla más importante: la de las palabras.
Mientras Petro sigue usando la palabra “pueblo” como escudo, nosotros no hemos sido capaces de disputarla. Se apropió del discurso de la justicia social, aunque sus acciones digan todo lo contrario. Y nadie le pregunta: ¿a qué pueblo se refiere?
¿Al de los maestros con un modelo de salud colapsado?
¿Al que no tiene medicamentos ni citas?
¿Al que vive con miedo mientras los criminales avanzan?
¿Al que paga más por gas, gasolina y se quedó sin subsidios?
¿O al que le robaron hasta el agua en La Guajira?
La mayoría no sabe cómo funciona el Congreso, ni cómo se cocinan las reformas, ni quiénes mueven los hilos de verdad. ¿Y cómo podrían saberlo si el debate público está atrapado en peleas de Twitter? ¿Cómo van a entendersi nadie les habla en su idioma?
Hace poco hablaba con un experto sobre los riesgos del ecosistema digital. Uno de los conceptos que discutimos fue el de echo chamber, o cámara de eco. ¿Qué significa eso? Que los algoritmos de las redes sociales nos muestran principalmente información que confirma lo que ya pensamos. Si eres petrista, verás solo versiones que refuercen tu fe en Petro. Si estás en la oposición, solo te aparecerán contenidos que confirmen que todo está mal. Así, cada uno queda atrapado en su burbuja, repitiendo y escuchando solo lo que le da la razón. Nunca nos enfrentamos a una mirada distinta, nunca se contrasta la información. Por eso es tan difícil convencer a alguien que solo ha recibido una versión: el algoritmo se encarga de cerrarle la puerta a todo lo demás.
Y por eso es fundamental que, desde la oposición, entendamos que el camino no es el odio visceral a Petro. Esa rabia sin estrategia no convence, no suma, no rompe burbujas. Hay que aprender a hablarle al algoritmo. No se trata de atacar por atacar, sino de construir mensajes que superen el filtro digital y lleguen a quienes hoy solo oyen una versión. Si todo suena como una cruzada contra Petro, el algoritmo lo detecta, lo encasilla, y se lo muestra solo a los ya convencidos. Así no se gana nada. Necesitamos una narrativa que hable de problemas reales con soluciones reales, que genere interés, no rechazo automático. Porque si no cambiamos el tono, el contenido y el enfoque, vamos a seguir encerrados en nuestra burbuja, hablándonos entre nosotros, mientras el petrismo sigue vendiendo ilusiones sin contrapeso.
Ese día de la votación, los congresistas de la oposición debieron salir en una rueda de prensa clara, firme y humana. Explicarle a la señora que hace uñas a domicilio, y que no tiene seguridad social, que lo que se buscaba era una reforma laboral que también la cobijara a ella, y que no apoyaban una reforma que, como lo dijo la propia ministra Ramírez, no generaba empleo.Y que, además, en un país donde han cerrado más de 175 mil pymes en tres años, no se puede hacer una reforma que ignore la diferencia entre una gran empresa y una pyme. Porque eso no es proteger al trabajador: es condenarlo al rebusque.
Petro no baja en las encuestas porque su discurso es poderoso. Porque dice querer lo que todos queremos: mejor salud, mejores sueldos, transición energética. ¿Quién no va a estar de acuerdo con eso? El problema no es lo que dice. Es que no lo hace. Pero mientras la oposición no se apropie de esos mismos temas con propuestas reales, el discurso seguirá siendo de él. Y las urnas, también.
Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en https://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion