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Los fantasmas de fin de año
Pero hay otra clase de fantasmas, sin ruidos, sin visiones, sin luces, que también dan miedo y estresan. 
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Lunes, 3 de Diciembre de 2018

Un fantasma recorre el mundo, dijo Carlos Marx en alguna oportunidad. Hoy yo digo: Varios  fantasmas  recorren nuestra ciudad, en esta temporada de fin de año,  después de haber saboreado las mieles del viernes negro.

Los fantasmas asustan. Infunden culillo. Dan terronera. Y en algunos casos el susto es tanto, que hasta producen diarrea. A veces se sienten pasos que vienen detrás de uno, por la calle, y cuando uno voltea a mirar, no hay nadie. “Es que salen fantasmas de esa casa vieja”, dice la gente. Otras veces se sienten ruidos en el segundo piso, donde no vive nadie. ¡Fantasmas! 

Pero hay otra clase de fantasmas, sin ruidos, sin visiones, sin luces, que también dan miedo y estresan. Son los que ahora, por esta época prenavideña, llegan y se quedan largo rato y perturban el sueño y  dañan el descanso en la hamaca.

Hablo del fantasma de los regalos. ¿Qué le regalo de navidad a mi mujer?, dice el casado, ¿y a mi amiguita? ¿Y a mis hijos?  ¿Y a la patrona? ¿Y al jefe?  La señora anda en los mismos desvelos y angustias, mientras los almacenes y casas productoras y distribuidoras no descansan metiéndonos sus propagandas por donde pueden, y las cadenas de  radio, televisión y redes sociales nos emboban con tantas cosas bonitas que ofrecen, pero que no podemos comprar, y es cuando llegan las preocupaciones y los estresamientos y las amarguras.

¿Qué le doy de regalo a la hija de mi comadre que se gradúa, o a la vecina que por fin salió de la universidad, o a la niña aquella que termina el bachillerato y tan linda que a veces es conmigo?

Porque dar regalo más que una institución se ha vuelto una obligación. Y ¡ay! del que no dé regalo, sea de grado o de navidad o de reyes. Se lo carga el Mandingas, y nadie sabe a dónde lo llevará.

Pensar en los regalos que tenemos que dar, se convierte, pues, en uno de los fantasmas de fin de año. Era más tranquila la vida de los pueblos, en aquellas épocas en que no se daban regalos. Se rezaba la novena al Niño Dios, se jugaba a los aguinaldos, y el día de noche buena cada quien estrenaba su mudita de ropa, y después de la misa de media noche, antes de irnos a comer el tamal, nos deteníamos en la plaza a jugar con la vaca de candela, a echar pólvora de luces, a lanzar globos y a sacarles el quite a los disfrazados. Nadie pensaba en dar o en recibir regalos, ni en la cena de media noche con pernil al horno o pavo relleno. La vida era plácida y serena, como dicen los poetas.

Otro fantasma de fin de año es el que acosa a los papás del muchacho o de la muchacha que se acaba de graduar de bachiller.  ¿Qué va estudiar su hijo o su niña? No sabemos.  Quiere ser médico. Quiere ser arquitecta. Quiere ser ingeniero. Pero no hay plata. Abogado, no, porque tienen mala fama. El puntaje de las pruebas del Icfes no le alcanza. ¿Entonces? Y vienen el estrés, los afanes y las preocupaciones. Tocará seguir manteniendo zánganos en la casa, y el insomnio seguirá mostrando sus huellas en la imbombera de padre y madre, que ya no dan más.

Casi con certeza se puede decir que estos fantasmas de la vida moderna son más peligrosos que los fantasmas de espíritus que salían en los caminos, o en las casas de antes donde los viejos enterraban morrocotas.

Llegó la época prenavideña y con ella los afanes, las preocupaciones, el mal genio, las peleas, la pensadera. Es mentira lo que dicen que navidad es alegría. Alegría sin plata no existe. ¡Y la vida tan dura y la alcancía sin monedas y las ganas de guara poque no faltan!

De todas maneras se dice Feliz navidad y se dan abrazos y picos y se pone la teja, y se dice Próspero año, sabiendo que don Próspero ya se volvió otro fantasma, que se le ve de lejos pero que no se acerca. A pesar de los pesares, yo cumplo con el ritual de esta temporada: A mis lectores les deseo feliz diciembre, feliz navidad y que Próspero los haga felices el año entrante, porque ya este año parece que pasó de agache.

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