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Los curas también tiran pata
Los padres de hoy son unas madres. No pelean con nadie, no regañan, no insultan.
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Lunes, 1 de Octubre de 2018

Los curas de antes eran bravos. Regañones. Y peleones. Con los calzones bien amarrados, aunque no se les veían, porque siempre vivían ensotanados. Los acólitos de entonces apostaban al que primero le viera los pantalones al padre. Algunos decían que los curas no usaban. Otros decían que vivían en calzoncillos. Otros, que  llevaban los calzones  a media pierna. 

El misterio y los rumores y la chismografía terminaron cuando llegó de párroco  el padre Norberto Montes, quien en las tardes calurosas de Las Mercedes, salía al atrio a leer su breviario, sin sotana. De camisa y pantalón, como cualquier feligrés, sólo que  las botas del pantalón las enrollaba dentro de sus medias negras, para que no le estorbaran. Se le adelantó al Concilio Vaticano II, que desotanizó a los curas y los puso a gastar plata en ropa.

De manera que sí usaban pantalones y los llevaban bien amarrados. En Cúcuta se habla de los padres Demetrio Mendoza y Daniel Jordán, quienes desde el púlpito la emprendían contra los liberales, contra los evangélicos y contra los que no iban a misa. Y en la calle eran capaces de agarrarse a trompadas con cualquiera que les hiciera algún reclamo. Eso dicen. Entre los salesianos había uno, el padre Martínez, con fama de cascarles a sus alumnos, hasta que lo demandaron por romperle la nariz a un estudiante.

En mi pueblo hubo un cura que los domingos se salía de la misa de diez, la solemne, la cantada, para ir hasta las cantinas a pelear contra el cantinero que ponía música a la hora de la misa y contra los borrachitos que se gastaban la plata en cerveza y aguardiente en lugar de llevar mercado para sus casas y limosna para la iglesia. Todo el mundo le tenía miedo. Y si alguien le rezongaba, lo cogía a tochazos. Lo que el cura ordenaba debía cumplirse al pie de la letra, so pena de tener serios enfrentamientos con el levita.

Me contaba mi mamá que en La Victoria, otro pueblo de Sardinata, un sacerdote murió cuando, discutiendo con un campesino, quiso arrebatarle la escopeta que llevaba. En el forcejeo, la escopeta se disparó y el cura llevó la peor parte.

Pero los tiempos cambian. Los padres de hoy son unas madres. No pelean con nadie, no regañan, no insultan. Cúcuta se nos llenó de liberales, de evangélicos y de gente a la que no le gusta ir a misa. Los curas no usan sotana, sino yines rotos y camisa por fuera, como cualquier fulano. No leen el breviario. Y si no fuera porque ellos son los que administran las limosnas y nosotros los que las damos, hasta podría decirse que somos una misma cosa. Y en verdad somos la misma iglesia.
   
Los curas de hoy no dan trompadas, pero dan pata. Esta semana, por ejemplo, está reunido aquí en Cúcuta,  un montón de curas venidos de todos los rincones de Colombia y de otros países, con el fin de darle pata al balón. 
  
 Están aquí para participar en un campeonato de fútbol, organizado por no sé quién, para recoger fondos para las obras sociales de la diócesis de Cúcuta, como los almuerzos de los venezolanos huyentes, los habitantes de las calles y los drogadictos. Habrá hijuemil partidos, como en un mundial, y la entrada es sólo a dos mil pesitos, en el estadio General Santander.
   
Ignoro si el Papa Francisco, devoto de Dios y del fútbol, mandaría equipo del Vaticano, pero Las Mercedes sí está presente, porque el arquero de nuestro equipo diocesano es el padre mercedeño Julio Correa, que desde chiquito sobresalió en las lides del fútbol, especialmente debajo de los tres palos. 
  
 Su vocación de cura se debió gracias a las oraciones de doña Ana Benilda, su mamá, y la de futbolista a su papá, Urbano, cuya tienda y carpintería estaban al frente de la plaza, donde todas las tardes se jugaba fútbol, y Julio se le volaba al papá para ir a darle pata al balón.
  
 En el seminario sobresalió Julio en la teología y en el arte de hacer y atajar goles. En el equipo de piernipelados de la diócesis de Cúcuta, Julio, arquero oficial, vuela, ataja pénales, se tira al piso y es una fiera en eso de evitar que los contrarios ganen. Y así es en su apostolado: Casi todas se las gana al diablo aunque, a veces, se ve a gatas para quitarle de sus garras algunas almas que prefieren vivir en el pecado.

   Así las cosas, esta semana tendremos fútbol al por mayor, por cuenta de Dios y sus representantes en la tierra. Ellos no lo dicen, pero estoy seguro de que los asistentes ganaremos indulgencias para irnos derechito hacia arriba cuando nos toque la hora. Además, quién quita que el divino entrenador mande desde el cielo una delegación de las once mil para que hagan de porristas. Sería un celestial despiporre aquí en la tierra.
gusgomar@hotmail.com

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