Para quienes creemos que sin integración no hay solución, es patético constatar que cada día que pasa, la desunión, distancia y hasta encono entre los gobernantes de nuestros países, es creciente.
La democracia como la conocemos en occidente, esto es el gobierno del pueblo, que delega en representantes su potestad de decidir por mayoría, no solo que no se cumple, sino que lamentablemente es percibida cada vez por más ciudadanos como un sistema que no soluciona los graves problemas de las mayorías empobrecidas de nuestro continente, ocasionando por contrapartida una desafección y distanciamiento hacia ella. Ello es grave, porque doblando la esquina, el autoritarismo, la codicia, la delincuencia y el narcotráfico esperan agazapados, su gran oportunidad para afrontar todas las carencias que el sistema no es capaz de solucionar y así aprovecharse.
Lo anterior, amplificado al ámbito internacional, se caracteriza por una miopía del conjunto que hace que cada país crea que puede solucionar sus problemas por sí y ante sí. Es decir, una autosuficiencia mal entendida. Ello, explica en parte, los entredichos, insultos y descalificaciones que se han vuelto usuales entre presidentes de nuestros países.
En uno de sus matinales con la prensa, el presidente López Obrador de México, sin dejar espacio a interpretaciones dijo que el asesinato de un candidato quince días antes de las elecciones presidenciales en Ecuador, había impedido que la candidata del correísmo triunfara. Ello ocasiono que el presidente ecuatoriano rompiera relaciones diplomáticas, ante semejante ofensa. Acto seguido, México le otorgó asilo diplomático al ex vicepresidente de Ecuador que se encontraba en condición de “protegido” en su Embajada en Quito, lo que llevo a que el presidente Noboa, en una reacción condenable dispusiera el asalto de tal sede diplomática para detener a Jorge Glas. Conclusión: mal López Obrador por entrometerse en la política interna ecuatoriana, e inaceptable la reacción del presidente Noboa.
Sigamos. El intercambio de descalificaciones, entre los presidentes Milei y Petro, y entre este y Bukele, dan cuenta que la ideología llevada a extremos, en nada ayuda para la convivencia armoniosa entre nuestros países que tanto nos necesitamos.
En paralelo, el canciller venezolano, declaró de manera certera que el Tren de Aragua era una invención de los medios de comunicación y que, el que aparecieran grabaciones de supuestos miembros de esta organización con acentos peruano o chileno, no eran prueba de nada. Decir aquello, fue una provocación debiendo rectificarse pocas horas después, ante la avalancha de protestas de autoridades colombianas, ecuatorianas, peruanas y chilenas, países que sufren las consecuencias de la ola delictual desatada por esta organización criminal.
Tampoco ayuda al propósito de la integración, el importar a nuestro continente disputas derivadas de la guerra fría, cuando Milei anuncia la construcción de una base norteamericana en Ushuaia para desde allí tener acceso preferente al territorio antártico.
Mientras lo anterior y otras cuestiones ocurren en nuestro continente, Haití se desangra. Las bandas del narcotráfico se disputan su territorio para usarlo de trampolín para el almacenamiento y tráfico de drogas hacia el hemisferio norte. Ante ello, Latinoamérica guarda un vergonzoso silencio, al igual que las Naciones Unidas y su vecino marítimo Estados Unidos.
Finalizo recordando que un pequeño país llamado Guyana, viene creciendo a tasas superiores al 40% anual, convirtiéndose en la economía más pujante del mundo, mientras Caracas -su vecino- ha dispuesto anexarse la mitad de su territorio, el Esequibo, riquísimo en diversos recursos naturales, que de acuerdo con un dictamen de la Corte Internacional de Justicia seria guyanés.
Todo lo anterior, además de triste, es desalentador porque nos estamos condenando al subdesarrollo y pobreza consiguiente.
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